miércoles, 30 de diciembre de 2009

Niños de Vacaciones

Todos los años me pasa lo mismo. Siempre me propongo hacer cosas entretenidas con los niños para cuando estén de vacaciones y por muchos motivos no me alcanza el tiempo, o estoy demasiado cansada.

Pero este es un año diferente y me podría resultar algo distinto de lo que ha sido hasta ahora el espacio de tiempo que nos queda entre que terminan el año escolar y que aún no huimos de Santiago.

Los niños cuando recién salen del colegio están muy cansados, duermen mucho y no quieren hacer nada, pero a medida que van pasando los días empiezan a cargar pilas y comienzan a tener mucha energía, con el claro resultado que empiezan a aburrirse en la casa.

Hasta el año pasado tenía la posibilidad de que asistieran a los Talleres de Verano de mi Jardín que acaba de cerrar este año, por lo que por primera vez me veo enfrentada a dos dificultades: Poco dinero y ¿Cómo los entretengo?.

He pensado en algunas alternativas.

Las manualidades son siempre una buena salida con niños creativos como los míos, sólo que requieren supervisión. Ideas en Internet sobran, así que en la medida que tenga el tiempo vamos a realizar varias. Gracias a Dios me quedó harto material para hacer cosas, y además podré seguir aprovechando muchas herramientas interesantes que eran del Jardín, como tijeras para cortes especiales, perforadoras, etc.

A todas las madres con niños en casa y que gusten de las manualidades les recomiendo revisar entretenidos blogs con muchas ideas para trabajar con palitos de helado, con goma eva, papel; y por último si no quieren complicaciones de pegamentos, tijeras y temperas (conozco varias mamás que tienen escondidas estás cosas en sus casas por temor a los “desastres”), hay muchos sitios con imágenes para imprimir y que simplemente los niños se entretengan pintando.

Otra alternativa de entretención es llevarlos a alguna piscina. Ellos lo disfrutan muchísimo y tiene la ventaja que quedan súper cansados… lástima que uno también. Si existe la posibilidad de parientes con piscina es muy económico, pero sé de amigas que buscan centros deportivos que ofrecen esta posibilidad contratando semanas en el verano. Ya sea una posibilidad o la otra, junto a l piscina hay algo que uno no debe olvidar, aparte del bloqueador, y es mucha comida porque no sé que efecto tiene el agua en los niños, pero les abre mucho el apetito.

Para las más organizadas, valientes y comprometidas con las actividades educativas, es posible aprovechar esta época para llevarlos a actividades culturales como visitar museos y llevarlos al teatro. Hay obras maravillosas en verano y a los niños les encantan. Y por los museos, jamás piensen que los niños se pueden aburrir, ya que por experiencia propia les puedo decir que es una experiencia maravillosa y muy educativa. En especial recomiendo museos como el MIM, pues al ser interactivo no es necesario andar corriendo detrás de ellos para que no toquen nada, al contrario, está hecho para que toquen todo.

Recuerdo mi experiencia con grupos de 20 niños en museos como el de Bellas Artes, los de Quinta Normal y el Palacio Cousiño. Todos temían que se portaran mal, sin embargo fue todo lo contrario, estaban tan asombrados con lo que veían que no volaba ni una mosca, sabían que no debían tocar nada, e incluso retaban a algunos mayores desobedientes que parecían no entender las instrucciones de “no tocar y no salirse del recorrido”… fue genial.

Bueno, estás son algunas de mis ideas para el tiempo de vacaciones en que aún no salgamos fuera de la ciudad. Espero que funcionen, y si alguien quiere comentar alguna experiencia o posibilidad de actividad que quiera compartir, sin duda se lo agradeceré mucho.


Para compartir: He aprendido

Me he topado con estas palabras en muchos blogs y ahora también las encontrarán en el mío. No sé quién las escribió, pues he buscado el autor y nunca aparece, sólo doy gracias a que exista aunque para mí sea un anónimo, pues sus frases son maravillosas y no me canso de leerlas. Por ese motivo las comparto con ustedes.


He aprendido....que nadie es perfecto

hasta que no te enamoras.

He aprendido que....la vida es dura

pero yo lo soy más!!

He aprendido que... las oportunidades no se pierden nunca

las que tu dejas marchar... las aprovecha otro.

He aprendido que...cuando siembras rencor y amargura

la felicidad se va a otra parte.

He aprendido...que necesitaría usar siempre palabras buenas...

porque mañana quizás se tienen que tragar.

He aprendido... que una sonrisa es un modo económico

para mejorar tu aspecto.

He aprendido... que no puedo elegir como me siento...

pero siempre puedo hacer algo.

He aprendido que...cuando tu hijo recién nacido tiene tu dedo en su puñito...

te tiene enganchado a la vida.

He aprendido que...todos quieren vivir en la cima de la montaña...

pero toda la felicidad pasa mientras la escalas.

He aprendido que...se necesita gozar del viaje

y no pensar sólo en la meta

He aprendido que...es mejor dar consejos sólo en dos circunstancias...

cuando son pedidos y cuando de ello depende la vida.

He aprendido que...cuanto menos tiempo derrocho...

más cosas hago.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Celebrar la Navidad


Diciembre es un mes agotador. En él se juntan las presentaciones de fin de año, paseos de curso, fiestas de empresas, la locura de las compras de regalos, etc., etc., etc… y por lo mismo, suele perderse el verdadero sentido de esta fiesta tan hermosa como es la Navidad.

La televisión se llena de Viejos Pascueros y jo jo jos. Nuestros niños son bombardeados por la publicidad con miles de comerciales que los hacen desear cuanta basura pueda ser adquirida en malls y supermercados. Armamos un árbol en nuestro living lleno de luces y adornos; y colocamos una corona en nuestra puerta, en señal que estamos profundamente comprometidos con estas fechas. ¿Y es eso acaso la navidad?

Recuerdo cuando era niña, que como no había cable, no quedaba más que ver la programación de la televisión abierta, por lo general 4 canales… pero era maravilloso porque podíamos ver los especiales de navidad con “El niño del Tambor”, la “Historia de San Nicolás”, etc.

Junto con el árbol, armábamos el pesebre; y dejábamos el Niño guardado para ponerlo a las 12:00 en punto. Era un momento muy importante para todos y aunque he tratado de retomar la tradición, la verdad es que me ha sido difícil, ... la competencia de los regalos le gana al pobre niño Jesús.

También recuerdo que cantábamos villancicos. Este año tengo el firme propósito de preparar algunos con mis niños. Lo bueno es que están más grandes y cantan, ...sólo espero que el resto de la familia no nos mire como bichos raros y que no los hagan sentirse ridículos por querer con nuestras voces celebrar y recordar un momento tan hermoso como es el nacimiento de Jesús.

Siento que hay mucha gente que no es cristiana que celebra Navidad, como la fiesta del señor gordo de rojo que trae muchos regalos. En ese caso, es entendible que no les importe preparar el corazón y la casa para el gran y hermoso Regalo del Cielo.

Pero para nosotros los creyentes, deberíamos marcar una diferencia, y no olvidar que el propósito de la Navidad es el celebrar la llegada al mundo del Hijo de Dios, la maravillosa noticia de que hemos recibido la Luz del Mundo para iluminarlo, para llevar a todos la buena nueva que ha nacido nuestro salvador.

En una vida tan ajetreada que pone a prueba nuestra Fé a cada instante, es éste un muy buen momento para detenernos en la carrera y mirar la humildad de ese Niño en el Pesebre; darnos cuenta de lo mucho que le faltaba en ropas, comida, lujos y comodidades… pero de todo lo que estaba completo: de la Paz, la Bondad y el Amor de su familia. Un niño que parecía no tener nada, pero que lo tenía todo.

En esta Navidad, los invito a poner los ojos sobre el Niño de Belén; ya que en Él encontraremos el verdadero sentido de estas fechas. En Él veremos al hermano que nos espera, y recordaremos a aquellos que no necesitan grandes regalos, sino tan sólo que alguien los llame, que alguien los visite, que alguien les comparta un plato de comida o una taza de té, que necesita del amor de un hermano que le recuerde que Jesús nació también por y para él.

Tratemos que nuestros pequeños sean capaces de aprender este sentido a través de nuestro ejemplo. Que no nos vean más preocupados del árbol que del pesebre, de la comida que de los invitados, de la ropa que del ánimo que tenemos, de los regalos que de estar con los seres queridos para sonreírnos, abrazarnos y expresarnos el amor que nos tenemos.

Por esto y por mucho más, les deseo a todos una muy Feliz Navidad, que el amor del Niño Jesús los llene de Paz y de Bendiciones, a ustedes y a toda su familia, y que en el corazón de Cristo nos unamos todos para dar gracias por las grandes maravillas que hemos recibido.





martes, 15 de diciembre de 2009

¿Quién se hace cargo?

Hace algunos días, encontré navegando por Internet, una encuesta acerca de la responsabilidad de los padres en casos de Delincuencia Juvenil. Aunque no suelo responder a estas encuestas, no pude evitar expresar mi opinión, pues me pareció que el tema era demasiado importante.

La pregunta era si creíamos que la responsabilidad era de los padres en el comportamiento delincuente de sus hijos. Más de un 98% opinaba que sí y me llamó la atención que un 2% opinara que no, excusando a los padres, diciendo que a veces los niños se acercan a “malas compañías”… y me pregunto… acaso no son también los padres quienes deben preocuparse de quienes son los amigos de sus hijos?

Bueno, yo contesté con un gran Sí. Pero no me bastó con eso, dejé un comentario. A ese nivel me motivó la pregunta. Y es que me molesta mucho ver que son niños los que están en las calles, cometiendo actos terribles, por calificarlos de alguna manera suave, seguros de que no les va a pasar nada, que no deberán responder ante sus actos pues la mano de la justicia no los toca, ni para sancionarlos, ni para protegerlos.

En esa oportunidad, quise agregar, que además de pensar que los padres son los responsables, deberían ser ellos los que respondan frente a los cargos, que deberían ser ellos los que respondieran frente a la justicia. Creo que un padre que puede verse inculpado por un destrozo, robo e incluso un asesinato de su hijo, cambiaría su manera de hacerse cargo de ese niño.

Lamentablemente, los niños y jóvenes delincuentes actúan en la total impunidad. Y puede ser, que esto no sea más que el reflejo de una gran situación de abandono, de un grito desesperado de ayuda, de falta de guía y formación… que sin duda, los principales responsables son a mi parecer… los padres.

Una máxima para el desarrollo ético del ser humano, es el reconocimiento de que todo acto conlleva una consecuencia. Si esta relación no se produce, si para un daño no hay un castigo, si para una agresión no hay una sanción, ni un sentimiento de necesidad de reparar un dolor… ese acto no genera culpa, no produce vergüenza, no existe la necesidad de cambio.

Obviamente es un tema muy delicado, que merece mucha atención, mucho trabajo y acción de los que están a cargo de legislar, de brindar apoyo social a estas familias, ya sea gobierno o instituciones sociales de apoyo a la infancia.

Pero como estoy convencida que el pilar fundamental en la formación de niños y jóvenes somos nosotros los padres, y es en lo que puedo aportar, quiero compartir este decálogo. Léanlo con atención y si pueden, compártanlo.

Decálogo para hacer de tu hijo un delincuente

1- Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.

2- No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.
3- Cuando diga palabrotas ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.
4- No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.
5- Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.
6- Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no que su mente se llene de basura.

7- Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.
8- Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.
9- Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.
10- Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.
Este decálogo fue publicado por el popular juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, conocido por sus sentencias educativas y orientadoras, en el libro “Reflexiones de un juez de menores”

Para compartir: Que sean niños los niños

Que sean niños los niños

Que sean niños, y no clientes de las compañías de celulares, o vendedores de rosas en los bares, o estrellas descartables de la televisión.

Niños, no limpiavidrios en los semáforos, o botín de padres enfrentados o repartidores de estampitas en los subtes.

Que no sean niños soldados, los niños. Que sean niños los niños, simplemente. Que no sean foto de un portal pornográfico. Que no sean los habitantes de un reformatorio.

Que no sean costureros en talleres ilegales de ningún lugar del mundo.

Que sean niños los niños, y no un target.

Que no sean los que pagan las culpas. Los que reciben los golpes. Los bombardeados por publicidad.

Que sean niños los niños. Todo lo aniñados que quieran. Todo lo infantiles que quieran. Todo lo ingenuos que quieran. Que hagan libremente sus niñerías.

Que se dediquen a ser niños y no a otra cosa.

Que no sean los que no juegan, los acosados por las preocupaciones, los tapados de actividades.

Que sean niños los niños y se los deje preguntar sin levantar la mano, formar filas torcidas, llevar alguna vez la Bandera no por ser mejor alumno, sino por ser buen compañero.

Que sean niños los niños y no los incentivados con desmesura a consumir todo lo que saca el mercado.

Que sean niños, y no los que aspiran pegamento en una esquina o fuman paco en la otra, tan de nadie, tan desprotegidos.

Niños, no nombres que tienen que rogar por recibir el apellido paterno o la cuota de alimentos.

Que sean niños los niños.

Y que los niños sean lo intocable, que sea la gran coincidencia en cualquier discusión ideológica; que por ellos se desvelen los economistas de todas las corrientes, los dirigentes de todos los partidos, los periodistas de todos los medios, los vecinos de todas las cuadras, los asistentes sociales de todas las municipalidades, los maestros de todas las escuelas.

Que sean niños los niños, y no el juguete de los abusadores.

Que sean niños, no "el repetidor" o "el conflictivo" o "el que nunca trae los deberes".

Niños, y no los que empujan el carro con cartones.

Que sean niños los niños, simplemente.

Que ejerzan en paz el oficio de recién llegados.

Que se los llame a trabajar con la imaginación o con lápices de colores.

Que se los deje ser niños, todo lo niños que quieran.

Y que los niños sean lo importante, que por ellos lleguen a un acuerdo los que nunca se ponen de acuerdo; que por ellos se dirijan la palabra los que no se hablan, que por ellos hagan algo los que nunca hicieron nada.

Que sean niños los niños y que no dejen de joder con la pelota.

Que sean niños en su día. Que lo sean todos los días del año. Que sean felices los niños, por ser niños. Inocentes de todo lo heredado.

Max Urtizberea
Músico, actor, escritor, conductor y humorista argentino.




lunes, 7 de diciembre de 2009

Pruebas finales

Estoy impresionada con la cantidad de contenidos que he tenido que repasar estos últimos días con mis niños para sus pruebas de Síntesis, es decir, toda la materia vista este último semestre.

Me llena de satisfacción y orgullo darme cuenta que sin duda ellos están mucho mejor preparados que lo que yo estaba a esa edad. Su comprensión del medio, su nivel de lenguaje y de matemáticas, es increíble. Y uno agradece al colegio, pensando en otros niños que no corren con la misma suerte de tener un alto nivel de exigencia académica. Sin embargo, …igual me parece demasiado.

Esta vez al menos, les han preparado unas guías estupendas que me han ayudado a concentrar los esfuerzos en aquellos contenidos más relevantes (y no tener que dar palos de ciego como me ocurrió en el primer semestre).

Pero para ser honesta, estoy agotada. No quiero estudiar más… y me imagino que ellos están igual. Les digo que hagamos un último esfuerzo… pero en esta época del año, uno piensa más en estar nadando en una piscina que en estar sentado estudiando.

Lo otro que me pasa es que me dan ganas de dejarlos estudiar solos. Pero me viene el remordimiento y el sentimiento de culpa, de cómo podría abandonarlos justo ahora que queda tan poquito. Más que mal, tienen tanto porcentaje estas pruebas, que son capaces de mejorarles el promedio, y lo peor es que también de empeorarlo… y mucho, si es que les va mal.

Ahora bien, las profes nos dicen a las mamás que estemos tranquilas, que no se les está preguntando nada nuevo… pero la verdad es que no me queda tan claro cuando al estudiar con ellos, les hago preguntas y me quedan mirando como si les estuviera preguntando física avanzada. Es obvio que es el cansancio…

Entonces los mando a relajarse y a jugar…

Pero nuevamente me ataca la inseguridad, y me pregunto cómo es posible que ellos estén jugando y pasándolo bien cuando tienen una tremenda prueba al día siguiente… y nuevamente los llamo para repasar contenidos… no vaya a ser que justo les pregunten eso que aún no hemos visto…

En fin, lo que sí agradezco por sobre todas las cosas, es la posibilidad de estudiar con ellos. Es saber que como mamá tengo el tiempo para sentarme con cada uno y acompañarlos en este proceso.

Sé, y lo lamento, que no es la realidad de todos los niños. Es más, sé que es la realidad de una minoría, porque son muchas las mamás que no tienen las ganas, y otras que aunque tuvieran toda la buena voluntad del mundo, no tienen el tiempo.

Pero es importante entender que el proceso por el cual los niños van aprendiendo a estudiar, comienza acompañado, empieza con una guía (mamá, hermana mayor, tía, etc.) que les enseñe qué estudiar, dónde, cuánto y cómo, para que luego cada cual, con el tiempo, adquiera una total autonomía.

El hecho de contar con una persona que los motive (lo que más hace falta al principio… que tengan las ganas de estudiar), que les ordene el espacio físico y temporal, les va favoreciendo en su manera de abordar el estudio, de adquirir seguridad en sus capacidades, hasta ese momento en que uno nota que ya no es necesario, y es posible dejarlos solos… con la clara especificación, que igual uno está ahí para resolver problemas y aclarar dudas.

Yo aún estoy en el proceso inicial, que es casi el “encima de”, …pero sueño con ese día en que sean capaces de estudiar solos, de organizar sus libros, guías, cuadernos y resúmenes sin que tenga que estar buscándoselos (o consiguiéndolos con los amigos), y por otro lado, que yo no me sienta culpable, que no me sienta mal por no ayudarlos, porque la verdad es que llega el momento en que uno deja de ser una ayuda y se convierte en un problema, un grave problema si no es capaz de dejarlos solos.



Así es como sueño con que todo el esfuerzo de este período rinda grandes frutos. Pero lo que también espero, es no olvidarme en ese momento, de cuán agotados pueden llegar a sentirse ellos con sus estudios… porque las pruebas finales… por lo menos a mí… me agotan.




lunes, 30 de noviembre de 2009

Amor por los libros



El amor por la lectura se desarrolla desde una edad muy temprana, antes incluso que los niños sean capaces de dar vuelta las páginas de un libro por sí mismos.

Hay una gran variedad de alternativas para los prelectores. Me refiero a simples libros de imágenes, llenos de colores y algunos hasta con texturas para desarrollar el sentido del tacto.

No hay que temer a que los niños destruyan los libros, piensen que es más terrible destruir el desarrollo de un niño por la falta de libros. Esta es una frase mía, no la encontré en ninguna otra parte; y la dice una madre que ha pasado muchas horas con un scotch en la mano reparando hojas, pegando tapas, etc.

Además, la mayoría de los libros para preescolares son de tapa dura. Los hay también de plástico que pueden acompañar al niño o niña en la hora del baño, especialmente cuando lo asocian a un momento tranquilo y para relajarse.

Los que más me gustan son aquellos interactivos. Están los que traen un juguete para acompañar la lectura, otros traen bolsillos que se abren y estimulan la curiosidad, están los que hacen sonido cuando se presionan, los con pictogramas que son palabras y dibujos que permiten leer en conjunto con los niños (uno lee las palabras y el niño los dibujos)… son muy estimulantes.

Otras lecturas entretenidas son las rimas, y los poemas en rima, porque al leerlos es agradable al oído de los niños, en la medida que son armoniosos como una verdadera melodía. Esto les ayuda a memorizarlos, igual que canciones, y al leérselos una y otra vez terminan por aprenderlos.

La posibilidad que tenemos como padres de acompañar a nuestros hijos con un libro es maravillosa y nunca deberíamos desperdiciarla. Lamentablemente, no siempre contamos con el tiempo suficiente para sentarnos a disfrutar un libro con ellos.

Pero me gustaría contarles las ventajas de la lectura temprana, a ver si se animan y se esfuerzan un poquito más en leerles a los pequeños, ya que éstas son muchas y muy importantes para su futuro.

Primero que nada, se ha visto que la lectura enriquece al niño en el desarrollo de todos los aspectos de su personalidad. En su área cognitiva, emocional y social.

Además, la lectura despierta en los niños la imaginación. Al leerles, ellos pueden viajar a lugares lejanos, conocer personajes interesantes que cobran vida en sus mentes y que después pueden llevar a sus actividades diarias (dibujos, trabajos manuales, cuentos, juego, etc.)

Junto con esto, les ayuda a aumentar su vocabulario. Es notable la diferencia entre un niño que ha tenido acceso a una gran cantidad y variedad de libros, de uno que no ha tenido esta posibilidad. Y no sólo en lo que se refiere al vocabulario del día a día, sino también al bajo repertorio de su vocabulario emocional. Les cuesta expresarse a través de las palabras, no encuentran la manera de transmitir sus ideas y/o sentimientos. Es terrible cuando escuchamos a un niño hablar de “la cosa de la cuestión, que no sé como se llama”…

También podemos observar que cuando les leemos a nuestros niños, y lo hacemos de manera entretenida, ellos potencian su capacidad para escuchar; una capacidad que a veces se pierde cuando están acostumbrados a ser sólo ellos los que hablan y “cuentan sus cuentos”. Y como si esto fuera poco, aumentan también su capacidad de atención, es decir, la capacidad para mantenerse interesados en un estímulo, en este caso, un libro.

Otro punto que me parece muy importante, es que la lectura favorece la expresión de emociones y sentimientos. Los niños al leer, o al escuchar un relato, son capaces de emocionarse, de conectarse y expresar lo que sienten, e incluso relacionar los eventos de un libro con experiencias propias, a través de identificar y relacionar sentimientos entre ambos.

Y por último, que mejor que los niños ocupen su tiempo en un ocio creativo y constructivo como es el leer. Cuantas veces sienten que no tienen nada que hacer para entretenerse; en esos momentos podemos ofrecerles la compañía de un buen libro. Y por favor, si los vemos leyendo, no les insinuemos que no están haciendo nada…

Los invito a estrechar sus lazos con sus hijos, fortalecer el vínculo a través de una rica lectura. Hay muchos libros, muchos autores, es sólo cosa de buscar algo entretenido, emotivo, significativo a la propia historia de cada familia y disfrutar de un bello momento para atesorar junto a sus niños.

Como pueden apreciar, los libros están llenos de beneficios …para todos!. He mencionado sólo algunos ya que estoy segura se me escapan muchos otros.
Este es un tema que sin duda volveré a tocar, pues para mí el que los niños se conviertan en grandes lectores, es una tarea fundamental para el desarrollo de Grandes Seres Humanos.








lunes, 23 de noviembre de 2009

A un metro del suelo

Imaginen un mundo donde todo lo que nos rodee esté sobredimensionado, un mundo de gigantes. Piensen en sillas para personas de dos metros o más, las mesas de metro y medio de alto, los muebles en general monumentales. Puertas enormes, con los escalones de las escaleras gigantes, y las ventanas a una altura que para poder ver hacia fuera debemos trepar a alguna cosa, lo que esté a mano…

Bueno, esa es la realidad de un niño o niña de 3 años…

Nunca olvidaré la enorme decepción que viví cuando después de años volví a mi casa de cuando era niña. No podía creer lo chico que era todo, y yo que lo recordaba tan grande. El pasillo que era interminable en mi triciclo, lo podía abarcar en cuatro pasos. El imponente closet donde me escondía, era una pequeña puerta tras la cual sólo había un pequeño espacio de menos de un metro cuadrado, con estantes, dónde difícilmente podría meterme ahora y cerrar la puerta… ¡Qué chica debo haber sido!

De pronto pensé en mis hijos, y me pregunté cómo verán ellos ahora nuestra casa.

Los mayores tienen un camarote. De pronto recordé el que teníamos de pequeñas con mi hermana. Yo dormía arriba y era estar en el cielo… Era nuestro castillo, nuestra casa de dos pisos, nuestro refugio… lo llenábamos de juguetes, poníamos divisiones… y lo veíamos verdaderamente enorme… Este juego tan entretenido aún no se les ocurre a mis hijos… pero no podrían invitarme a jugar… sería como un gigante, un troll en el castillo, el enorme dragón que arrasaría con todo…

También recuerdo que jugábamos debajo de las mesas. Mis hijos hacen lo mismo, y juntan sillas, ponen plumones y cubrecamas por encima, hacen pasadizos secretos y construcciones entretenidas… que lo aprovechen,… porque penosamente ya van a crecer.

Por eso creo que los niños se sienten tan bien en lugares especialmente acondicionados para ellos como los jardines infantiles. Todas las mesas, las sillas, los adornos, espejos, etc… a su altura,… incluso los baños! Como casitas de muñecas. Uno puede reconocer un buen Jardín, cuando todas las cosas, juguetes, materiales, etc, están a mano.

Que impotencia y frustración, cuando sentimos que lo que queremos o necesitamos siempre está fuera de nuestro alcance. Para los niños esta es una sensación constante. Además utilizamos esta ventaja nuestra por sobre ellos, para esconder juguetes, para “castigárselos”, …así no es raro entender que anden buscando siempre cosas para encaramarse.

Y nosotros… ¿Cuántas veces hacemos el esfuerzo por ver qué es lo que está pasando a un metro del suelo? Sin dudar, estamos acostumbrados a dirigirnos a nuestros niños desde las alturas.

¿Se imaginan lo que debe ser recibir retos… y hasta gritos de una persona que posee el doble de nuestro tamaño? Intenten repetir la situación… pidan a alguien que los rete subido en una silla, la sensación es realmente atemorizante.

Por lo mismo, quiero invitarlos a hacer un nuevo juego con sus hijos pequeños. Un juego en el que, o ustedes se agachan para mirarlos directamente a los ojos, o a ellos los suben, a una silla, a una cama, etc. para que queden a la misma altura. Sientan la diferencia del diálogo, vean la sonrisa en las caritas de los niños y niñas, aprecien lo relajado de su cuello al no tener que forzarlo hacia nuestro rostro.

También los invito a ser los gigantes del castillo, los trolls de los pasadizos, y aunque pueda verse afectada nuestra espalda y puedan sufrir nuestras rodillas, las risas y la alegría de este juego, hará que valga la pena… porque podremos ser partícipes de esa entretenida fiesta que ocurre a un metro del suelo.

Para Compartir: Los niños Aprenden lo que Viven.

"Los niños aprenden lo que viven

Si los niños viven con crítica, aprenden a condenar.

Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear.

Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos.

Si los niños viven con lástima, aprenden a sentir pena por ellos mismos.

Si los niños viven con ridículo, aprenden a sentir timidez.

Si los niños viven con celos, aprenden a sentir envidia.

Si los niños viven con vergüenza, aprenden a sentir culpa.

Si los niños viven con ánimo, aprenden la confianza.

Si los niños viven con tolerancia, aprenden la paciencia.

Si los niños viven con elogios, aprenden la apreciación.

Si los niños viven con aceptación, aprenden a amar.

Si los niños viven con aprobación, aprenden a quererse.

Si los niños viven con reconocimiento, aprenden que es bueno tener una meta.

Si los niños viven compartiendo, aprenden la generosidad.

Si los niños viven con honestidad, aprenden la sinceridad.

Si los niños viven con imparcialidad, aprenden la justicia.

Si los niños viven con amabilidad y consideración, aprenden el respeto.

Si los niños viven con seguridad, aprenden a tener confianza en si mismos y en aquellos a su alrededor.

Si los niños viven con amistad, aprenden que el mundo es un lindo lugar donde vivir."



Dorothy Law Nolte


lunes, 16 de noviembre de 2009

Espérame un ratito

Esta es una frase que solemos decir a los niños; cuando estamos conversando con otra persona, hablando por teléfono, viendo una película (generalmente aparecen justo cuando está terminando), etc. Lo que no sabemos es si ellos entienden estas simples tres palabras. La verdad, es que nos damos cuenta que no, porque generalmente insisten en que les prestemos nuestra atención.

El concepto temporal, es decir como entendemos y percibimos el paso del tiempo, es un concepto que se instala de a poco en la mente de los niños. Para ellos el ordenar un antes y un después no es fácil, deben experimentar una serie de situaciones antes de ser capaces de estructurar una línea del tiempo.

En este sentido hay un montón de frases que a nuestros hijos menores de 4 años, les son absolutamente incomprensibles. Por ejemplo, decirles algo como “tienes 10 minutos” para hacer tal cosa, nos hará creer que es un niño terriblemente desobediente, cuando después de 20 y hasta 30 minutos, no han movido ni un pelo. Pero la verdad es que para el, 10 minutos vale tanto como una hora o tres, o lo que sea… no significa nada en su mente.

Por ejemplo, cuando les decimos cosas como “vamos a llegar tarde”, tampoco les es comprensible; para ellos se llega cuando se llega… ¿cómo eso puede ser tarde?

Esto se debe a que los niños de estas edades viven en el presente, en el ahora. Les es muy difícil dimensionar una realidad que no está, “lo que será” no existe para ellos.

Sólo a partir de los cuatro años comienzan a manejar palabras como pasado, presente y futuro. Recién entienden ideas como “actividades de la mañana” y las “de la tarde”. Gracias a la rutina que les hemos impuesto (ojalá sea así), son capaces de ordenar un antes y un después, lo que hice, lo que debo hacer ahora y lo que haré más tarde. Mientras más claro y fijo sea este orden, mejor.

Es bueno en esta edades, de los 2 a los 4 años, relacionar hora y actividad, incluso las personas que participan de esa actividad. Por ejemplo “en la noche mamá me pone el pijama”.

Hay muchas canciones que nos ayudan a desarrollar el concepto del tiempo en nuestros hijos. Canciones para la hora del baño, de comer, de dormir, etc. Todas estas maneras de fijar una idea de lo que viene, ayuda al niño y a la niña a saber qué y cuánto esperar.

Esto es muy útil cuando están ansiosos porque les hemos prometido que vamos a hacer una actividad con ellos y nos atormentan con el tradicional… ¡¿Cuándo?! Si conocen la rutina diaria podemos decirles… “después de levantarnos” o “después de comer”, etc.

En fin, es asombroso ver como a medida que van creciendo van siendo capaces de entender lo que es un año… esperan con ansias las vacaciones, saben organizar sus actividades; aunque siempre parece que se olvidan de dejar tiempo para el estudio…

Me parece muy importante aclarar, que sólo recién entre los 8 y 9 años son capaces de entender lo que es la puntualidad y trabajar ésta como un valor. Recién a esta edad comienzan a adquirir mayor responsabilidad en relación al tiempo. Sin embargo, será sólo después de los 10 años que un niño va a ser capaz de manejar los tiempos históricos, e insertar su propio tiempo personal en él.

Es tan increíble como se apoderan del manejo del tiempo, que son ellos los que nos apuran cuando saben que pueden llegar tarde, ya sea a un partido o a un cumpleaños. Y cuando les pedimos que hagan algo, que cumplan con alguna obligación, nos es común escuchar “en un minuto voy” (que pueden ser 10 o más… aquí, les aseguro, ya no es por falta de desarrollo del concepto).

Como podemos ver, es un camino largo el que se recorre desde que el niño vive sólo el segundo, hasta que es capaz de entender un pasado, un presente y un futuro.

Hoy en día, donde todo parece ocurrir tan rápido, no es extraño que nos confundamos. Incluso nosotros los adultos parece que en muchas ocasiones perdemos la noción del tiempo.

Entonces, antes de decirles a nuestros niños “espérame un ratito”, sería bueno ver de qué porte es ese niño y si nosotros estamos claros de cuánto va a durar ese “ratito”.


Para compartir: Walt Whitman

Quisiera compartir con ustedes además de mis reflexiones; poemas, frases e ideas de grandes autores, los que me inspiran y me ayudan en el día a día.


Esta vez de Walt Whitman, "No te detengas".





No te detengas...
No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que sea casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y la poesía sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión. La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: Tú puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre.




Walt Whitman







Pasión por enseñar, Pasión por Aprender.

Recuerdo que cuando era niña, mi juego preferido era sentar a mis muñecas, con cuadernos que yo les había hecho, lápices de palitos de fósforos, libros, etc. y hacerles clases. Me encantaba pasar lista, leerles cuentos, hacer pruebas, las que contestaba una a una por ellas, y tantas cosas más, que hacían se me pasaran los días sin darme cuenta del tiempo.

Cuando llegó la hora de escoger una carrera para estudiar, la pedagogía había quedado atrás; cambiada por una vocación de psicóloga la cual nació tempranamente, incluso antes de llegar a la educación media, debido a profundas y fuertes experiencias prestando oreja y hombro a buenas amigas.

Me vi marcada por un rumbo que requería de grandes esfuerzos, de alcanzar metas aunque pocos creyeran que yo pudiera lograrlo. Recuerdo las entrevistas con la “desorientadora” del colegio, quien me decía: “¿Estás segura Silvia?, porque no ves otras posibilidades”…

Pero me tenía Fe y sabía claramente lo que quería. Y logré entender lo que necesitaba para avanzar… PASIÓN, una fuerza que surge desde el fondo del corazón por lo que se desea, por lo que se ama. Y yo soñaba… y mis sueños de a poco se iban haciendo realidad.

Fue ya titulada de la Escuela de Psicología, cuando me dí cuenta que estaba lista para comenzar a desarrollar mi misión de psicóloga… y que no debía dejar esa pasión que me había llevado hasta ese lugar.

Cuando la vida me ofreció la posibilidad de ser profesora de Psicología, no lo dude ni un minuto y la tomé. Me convertí en la “seño” de un grupo de niñas, que necesitaban mucho más que contenidos y herramientas para sus futuros trabajos. También necesitaban guía, cariño, preocupación y formación.

Fue entonces que recordé mi pasión por aprender, y esa enseñanza quise imprimir en mis alumnas. Y descubrí además mi pasión por enseñar. Fueron pocos semestres, pero muy intensos. Cada grupo, me hacía sentir el mismo deseo de ser capaz de entregar más que las teorías… ellas iban a trabajar con niños, y me sentía obligada a transmitirles la importancia que ellas iban a tener en cada uno de los niños que iban a tener a su cuidado.

Es importante que cada “tía” o “tío”, al recibir su curso, sienta esa necesidad de establecer un vínculo maestro-alumno, que denote un cariño, una preocupación. Que se aprenda sus nombres, más que sus apellidos. Que descubra sus gustos, sus necesidades así como sus dificultades.

Que significativo es que el compromiso sea el norte, para que no sea sólo un trabajo más, sino que se comprenda que si lo hacen bien, si lo hacen con verdadera pasión, quedarán en el recuerdo de sus alumnos como una imagen imborrable muchos años después de haber pasado por sus vidas.

Y es al reflexionar acerca de este tema, cuando surge mi gran preocupación… ¿Qué pasa cuando a la persona que debe enseñar le faltan ganas, le falta pasión? ¿Es posible que surja ese increíble vínculo que se nutre mutuamente entre maestro y alumno?, ¿Será posible aprender cuando falta motivación, cuando falta encanto, cuando no hay magia?

Todo indica que la respuesta a estas interrogantes pintan un paisaje aterrador… porque de alguna manera dan cuenta de lo que nos está pasando en educación.

Se habla de reforma, se habla de recursos, se habla de oportunidades. Pero si hay algo que me preocupa es que ninguna reforma, ni todos los recursos, ni todas las oportunidades van a lograr un cambio, si nuestros profesores no se reencantan con su profesión y no se comprometen… con pasión… con la tarea de educar, de formar, de sentir que están determinando el desarrollo, la vida, de los niños que están a su cuidado. Que sientan que ellos pueden marcar una diferencia.

Cuando veo un grupo de maestros protestando, probablemente por causas justas, no dejo de preguntarme y dónde están sus alumnos… a cargo de quién los dejaron… ¿Será posible que los hayan abandonado?

Cuando veo un profesor que llega a su sala de clases, con la secreta esperanza de que termine luego, de que ese día no lo “molesten” con preguntas, con cuestionamientos (propio de lo que hace crecer el pensamiento), me pregunto para qué está ahí, si ya no tiene la fuerza de enseñar… jamás logrará que sus niños aprendan… no al menos como podrían hacerlo realmente, efectivamente.

Muchos dicen que la educación está en crisis. Para mí no deja de ser como en muchas otras cosas, un grave problema de incapacidad para establecer un vínculo; en este caso maestro – alumno.

Cuando hay pasión por enseñar, no importa que falten recursos, he visto grandes profesores encontrando siempre la manera de ofrecer a sus niños los recursos necesarios. Cuando hay pasión por enseñar, los profesoras ofrecen todas las oportunidades y les enseñan a sus alumnos a buscarlas. Y cuando hay pasión por enseñar, no importan los planes y programas, pues los maestros saben perfectamente qué necesitan sus niños que se les enseñe.

A su vez, esos niños aprenden a responder con pasión. Se comprometen más con sus estudios, sienten en este vínculo un compromiso que deben cuidar, proteger… sienten que no pueden fallar.

Este es el vínculo que deseo se establezca en cada sala de clases, en cada taller, en cada situación en que exista un profesor y un alumno, un vínculo que se marcará a fuego para toda la vida, en el que se desarrolle con fuerza la pasión por enseñar y la pasión por aprender.



"Educar la mente,
sin educar el corazón,
no es educar"
Aristóteles

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Ay, me duele!!


Trabajando con niños he podido observar distintas reacciones de los pequeños al dolor. He visto cuando se caen, se pegan, o se hacen alguna herida… y la diferencia entre unos y otros puede ser enorme.

Hay niños que parecen monos porfiados. Cuando se caen, apenas se dan cuenta. Uno los tiene que llamar para ver cómo están; mientras ellos lo único que quieren es que los dejemos para poder seguir corriendo.

Otros se enojan cuando se caen. Me impresiona que se molestan si uno se acerca a ver qué les pasó. Es como que hubieran querido pasar inadvertidos y uno hace evidente su “torpeza”. No se centran en el dolor físico, sino en lo que les duele el orgullo.

Lo más terrible, son esos niños que cuando se caen o se hieren, pierden absolutamente el control. Lloran y “chillan” como si los estuvieran matando. Algunos tiritan, se ponen lívidos, no permiten que los revisemos, incluso algunos… ni que los miremos.

En relación a esto, conozco un par de anécdotas de niños que al preguntarle por alguna herida que al parecer tienen, lloran y gritan, y cuando uno se las va a ver, y a limpiar, esta desaparece… nunca hubo nada…

Menos mal que la mayoría de los niños que sufre un accidente, primero se queja y luego busca ayuda, protección y cura, de una manera controlada, seguros de que están bien, de que es aceptable caerse, y de que hay una persona capaz de ayudarlos.

En este sentido, la palabra clave es: confianza.

Este trabajo se hace desde que el niño o niña, es muy pequeño, a muy corta edad. Tiene que ver con la reacción que nosotros como padres, tenemos frente a estas situaciones.

He visto madres a punto de desmayarse ante los accidentes de sus hijos. Incluso mucho antes de ir a ver qué les ha ocurrido realmente. No puedo juzgar esta reacción, pues como tal es lo que les nace; pero podría sugerirles que hagan un esfuerzo, un trabajo interno de control emocional, porque en última instancia, eso es lo que debemos lograr desarrollar en nuestros niños, y nosotros somos el modelo, nosotros somos lo que ellos están observando.

Otras mamás se enojan con los niños, les dicen palabras muy desafortunadas como “torpe”, “tonto”, y otras cosas que sólo transmiten al niño un sentimiento de incompetencia. Creo que en el fondo son ellas las que se sienten tan culpables de no haber sido capaz de evitar una caída o un golpe, que lo proyectan como torpeza en sus hijos. Es decir, no lo ven en ellas… sino que la propia torpeza esta en el otro, en este caso, en el hijo.

Y como la gama de reacciones es enorme, podemos encontrar a esas mamás que cuando su niño o niña se cae, ni se enteran.

Es fácil hacer las asociaciones. Vuelve a darse ese “baile”, esa “danza” entre madre e hijo o hija, ese ir y venir de cada uno en respuesta del otro. A una madre descontrolada, comúnmente podemos observar un niño descontrolado; en una madre rabiosa, encontramos un niño enojado, junto a una madre demasiado “relajada”, encontramos un niño demasiado “despreocupado”.

Mi opinión personal, es que como madres debemos ser capaces de transmitir dos ideas centrales a nuestros hijos: primero que el caerse es parte de la vida junto con el levantarse y que como somos seres humanos, de carne y hueso, es natural sentir dolor, es natural la sangre, es natural que se hagan moretones, etc; y segundo, que siempre va a estar una persona mayor para hacerse cargo de este accidente, para acompañarlo y curarlo si es necesario.

La contención emocional es clave en este sentido. Poder ser empático con los sentimientos de los niños; saber cuando va a ayudar un poco de risa, cuando va a ser positivo un fuerte abrazo, cuando va a ayudar algo rico para comer, etc.

A veces no les damos el tiempo suficiente para que ellos se “rearmen” y los queremos sacar muy rápido de la situación. Hay niños que no necesitan mucho “añuñuy”… pero otros sí… y al querer que dejen de quejarse o llorar muy rápido, podemos transmitirles que no aceptamos su dolor, que nos molesta su condición humana de ser sensibles.

Todos los niños deberían dejar de llorar cuando pasa el dolor. Si siguen… deberíamos preguntarles y preguntarnos qué más les duele…

Y en relación al dolor… todos lo hemos sentido, todos lo conocemos y si algo nos angustia, es pensar que nuestros pequeños no podrán quedar fuera de esta experiencia. Desde bebés, debemos sufrir con ellos con los cólicos, cuando se enferman, cuando debemos hacerles exámenes, cuando debemos ir a vacunarlos, etc.

Peor es pensar que puedan llegar a tener enfermedades graves, que los dejen internados, en manos de médicos… creo que estas situaciones son claramente extremas y merecen un trabajo muy profesional de apoyo a toda la familia, para lograr una verdadera y eficiente contención emocional.

Les cuento mi manera muy particular de trabajar el dolor de mis hijos. Siempre que se caen o se hieren, y me dicen que les duele… les digo que eso es bueno, porque significa que están bien, que el dolor es la forma que tiene el cuerpo de avisarle a su cabeza que hay algo que está enfermo o herido, y que así ellos pueden darse cuenta. Les digo que si no les doliera me asustaría y ahí si que los llevaría de urgencia a la clínica porque significaría que están muy mal.

Lo otro que les he enseñado es que el llorar descontroladamente hace que el dolor se apodere de su cuerpo. Les he enseñado a respirar para que puedan manejarlo, y en la mayoría de las situaciones funciona.

Digo la mayoría de las veces, porque es difícil cuando le sumamos sueño, o hambre o público condescendiente (Es probable que un niño haga mucho más escándalo si hay por ejemplo alguna abuelita preocupada por lo que le está pasando), variables que influyen negativamente en el autocontrol del pequeño; ahí se sienten con más permiso para llorar y hacer escándalo.

Es muy positivo acompañar a los niños y niñas en estas situaciones. Por experiencia personal, todos sabemos que es mejor cuando alguien comparte nuestro dolor, cuando alguien nos toma de la mano o simplemente se queda a nuestro lado.

Y algo muy interesante que leí acerca de por qué naturalmente nos nace tocarnos y apretarnos donde nos duele, y por qué es bueno acariciar y abrazar, es porque nuestro cuerpo ante estos estímulos libera endorfinas, nuestra natural droga del placer, el regalo de nuestro cuerpo para la felicidad.

Por último, esta capacidad para autocontrolarse frente al dolor, que es muy importante desarrollen tempranamente nuestros niños y niñas, va a influir en otras áreas también. Debemos trabajar además con los pequeños en cómo se autocontrolan en relación a la alimentación, en cómo se comunican, cómo se molestan, etc. En fin, cómo logran desarrollar una contención emocional, que al principio la reciben desde nosotros, y luego surge de ellos mismos.




martes, 27 de octubre de 2009

No Temer al Cambio

Muchas personas me preguntan por qué decidí trabajar con niños y no con adultos, pues la mayoría pensaría que es más fácil, ya que al menos los adultos hablan y los niños pequeños no.

La verdad es que tengo varias razones, como el hecho de que me encanta estar con ellos, escuchar sus temas, ver sus juegos, ver cómo descubren el mundo… ya que todo es nuevo y se maravillan de cada cosa; también porque son más sinceros, el cariño que a una le entregan es de verdad; pero la principal razón, es que siento que el trabajo más efectivo que se puede alcanzar en esta área, se logra con los niños.

Los adultos adolecemos de esa terrible enfermedad a la que llamo “adultez”, y que defino como la comodidad de seguir haciendo las cosas siempre de la misma forma, en la seguridad de lo conocido, no por ello de lo deseado. No es que nos falte creatividad, sólo es que nos asusta el desafío de alcanzar lo que realmente queremos.

Los primeros años de los niños y niñas están marcados por el cambio, por la transición de un estado a otro, de una etapa a otra; de una forma de hacer las cosas para hacerlas luego de otra distinta. Por ejemplo, pasar del gateo al caminar; ¿Por qué debería un niño dejar de hacer algo que le es tan cómodo y natural, para pasar a algo que al comienzo es tan difícil y hasta riesgoso? Aunque se asustan, tienen la confianza de que algo los está esperando un paso adelante y no temen darlo.

Para los pequeños, el probar cosas nuevas es un juego. Cuando se ven atrapados en una situación que no les gusta, que los incomoda, ellos buscan el cambio. Muchas veces no saben en qué dirección, y es ahí cuando necesitan una guía; y la buscan en sus padres, en su familia, en sus tías del jardín, en alguna persona lo suficientemente cercana que les de seguridad y confianza para cambiar.

Esa flexibilidad, esa capacidad para adaptarse, para enfrentar situaciones nuevas, es la que nos da señales de lo sano mental y emocionalmente que está un niño o niña. Por el contrario, el niño que se rigidiza en una postura, que se resiste a cambiar, que no posee un repertorio amplio de conductas que le de posibilidades para adaptarse a situaciones nuevas, es un niño del que debemos preocuparnos, pues claramente debe estar sufriendo.

Esto lo podemos ver mucho más en los adultos. Mientras se aferran a sus patrones tradicionales aunque estén convencidos que ya no encuentran el placer y el bienestar deseado, más infelices se sienten, y más síntomas físicos y emocionales presentan.

El cuerpo humano es tan sabio, que cuando no atendemos a nuestras reales necesidades psicológicas, se enferma. Busca la manera de poner una alerta igual que una alarma, que hasta que nos dejamos de hacer los sordos, no para de sonar. Es ahí, cuando hasta una simple gripe nos obliga a descansar, cuando el estrés amenaza con agotarnos por completo, nos impone la necesidad de cuidarnos y de parar.

En ese sentido, deberíamos ser más como los niños. Atrevernos a dar ese paso en la oscuridad. Y es que nos acostumbramos a caminar sólo si estamos seguros de que el piso esta firme, y si el ambiente que nos rodea es realmente seguro y protegido. Para eso tratamos de no dar ningún paso en falso, porque tenemos pánico al fracaso, sentimos un horrible temor a equivocarnos, a “pelarnos las rodillas”… ese miedo lo sufren los niños luego de tantas veces que se caen… pero aún así siguen corriendo… ¿O conocen alguno que haya dejado de hacerlo?.

Volviendo al ejemplo de porqué el niño pasa del gateo a la marcha, es tan simple como pensar que es lo que ven… a diario, frente a sus ojos existe esa maravilla… y ellos la quieren para sí mismos, ellos también quieren ponerse de pie y caminar.

Muchos de nosotros vemos también a los demás, haciendo lo que nos gustaría y queremos para nuestra vida, para nuestra existencia. ¿Por qué no es suficiente impulso? ¿Por qué no simplemente aceptamos el desafío de alcanzar lo que deseamos cuando lo vemos en los demás?

Las veces que he visto a un adulto movilizarse, buscar el cambio, ha sido después de sufrir una crisis; pero no cualquier crisis, una importante. Es como que necesitáramos no tener nada que perder… y encontrar que ese es el momento; después de una ruptura matrimonial, después de un diagnóstico de cáncer, después de la muerte de un ser querido, después de un fracaso económico, etc. Cuando sólo nos queda cambiar, porque ya no podemos seguir como estábamos.

Recuerdo entonces la historia del perro que aullaba y aullaba de dolor, y que un hombre le preguntó a su amo por qué lloraba el perro, éste le dijo porque se sentó arriba de un clavo. El hombre sorprendido le preguntó entonces, y por qué no se mueve, y el amo del perro le contestó… Porque no le duele tanto…

Por eso me gusta trabajar con niños. Porque ellos no dejan de buscar lo que quieren, no dejan de insistir cuando no están contentos con lo que tienen o dónde están, ni cómo están. Jamás se quedarían sólo reclamando “sentados arriba de un clavo”. Y no se asustan de las respuestas que les damos. Pueden no gustarles, como por ejemplo cuando les sugerimos que para que les vaya mejor en el colegio, deben estudiar, …al final ellos siempre buscarán una forma, buscarán sus respuestas.

Para una psicóloga clínica preescolar como yo, que me ha tocado recibir distintos cuadros clínicos, en niños de diferentes edades y de distinto sexo (es cierto que más varones que niñas), el factor común a todos ellos siempre ha sido encontrarlos en un punto ciego de su desarrollo, atorados, encerrados, presos del miedo a probar y de buscar el cambio.

Cuando son capaces de encontrar la confianza necesaria en ellos mismos, ya que no siempre la pueden encontrar en su ambiente, en su familia; comienzan a movilizar esa enorme fuerza interior con que contamos todos los seres humanos. Y así, lo que estaba detenido, comienza a tomar ritmo, logra una marcha, y esa energía fluye, buscando los espacios, buscando los cariños, buscando los amores. Es como si de pronto crecieran brazos emocionales para alcanzar a los otros… y piernas emocionales para caminar y hasta para correr.

Aprendamos a cambiar, aprendamos a buscar lo que queremos, aprendamos a correr, que una vez más nos damos cuenta que los niños nos están dejando atrás…

viernes, 23 de octubre de 2009

Qué ha pasado con la infancia

Cuando trato de ponerme en los zapatos de mis hijos para entender como viven ellos hoy su infancia, me doy cuenta de lo tremendamente distinta que es en comparación a lo que yo aún recuerdo, con tanto cariño en lo profundo de mi corazón, que fue la mía.

No quiero dar una falsa idea de que yo piense que una es mejor o peor que la otra; simplemente me refiero a que es obvio que son infancias muy, pero muy diferentes.

Este cambio surge obviamente de los cerca de 30 años que separan nuestras generaciones.

De pequeña, a los niños se nos cuidaba mucho, habían mil temas que no se tocaban delante nuestro y la inocencia era un bien sobrevalorado. El acceso a la información era mínimo. La televisión para la mayoría era restringida, no por un convencimiento paterno como lo es hoy en día, sino por el hecho de que no había muchos televisores en la casa, por lo que teníamos que compartirlos.

Menos mal los “monitos”, los daban en horarios en que los papás no estaban para quitarnos la “tele”.

Las teleseries, ponían en aprietos a las mamás cuando preguntábamos inquisidoramente de dónde salio la guagua, por eso cada cierto tiempo nos mandaban a ver algo a la esquina. Hoy no hay nada que esconder, ni que responder, porque las respuestas ya las tienen los niños, y lo explícito sólo nos sonroja a nosotros.

Las enciclopedias eran súper completas, indispensables en todo hogar, para hacer tareas, revisar mapas y, ...¡¡Ver las fotos de los animales!! Para mí eso, y los programas de la Vida Salvaje de Disney era maravilloso.

A los niños de hoy, les parecería casi cavernario el calcar un dibujo. Con esto de los scanners, y las fotocopiadoras en casa, poder navegar por Internet y recibir miles de imágenes a la petición de por ejemplo “Narval”, les parece simple, obvio y lógico. Les hemos dejado en claro que todo está ahí. Si alguien me hubiera mostrado un dibujo de un Narval cuando estaba en el colegio, habría pensado que me quería hacer una broma, y que era sólo un animal de cuento.

Y centrándome en el tema de la carga académica, doy gracias de haber ido al colegio en la década de los 70. Estoy segura, si no me falla la memoria, que no me enseñaron casi nada de lo que están viendo mis hijos actualmente en 2º y 3º básico, hasta que estaba en 5º. Y además, me encantaba recibir mis MB.

Ahora me agoto estudiando con ellos, porque aunque se supone que por la extensión horaria todo debería quedar revisado en el colegio; no siempre es así. Y aunque son niños que les va muy bien en el colegio, hemos debido aprender con el papá, a no asustarnos cuando la nota es bajo 6, y no poner un grito cuando es bajo 5.

Con tal cantidad de libros, cuadernos, guías y tareas de investigación, no es difícil entender que algunos se estresen un poquito, e incluso bastante; así como no es raro que estén cansados a fin de año. Es sintomático después de fiestas patrias, la letra se “horroriza”, hay más desorden en los cuadernos, aumentan las anotaciones y comunicaciones por no estar concentrado y atento en clases, y la pregunta eterna… ¿Cuánto falta para que se acabe el colegio?...

Además la enorme competencia que tiene el estudio de actividades mucho más entretenidas que hacer después de la jornada escolar; la oferta de talleres, actividades deportivas, etc., dentro y fuera del colegio, es enorme.

Y en la casa, espera siempre el computador con miles de juegos para desarrollar destrezas de todo tipo. Y si a esto le sumamos alguna consola de juegos, tipo playstation, xbox o Wii, uno se convierte en la bruja …¡¡“Sólo el fin de semana niños!!”

Comparando en este sentido ambas épocas, recuerdo que yo tenía todo el tiempo del mundo… y jugaba horas y horas a las muñecas… ¿Qué habría hecho con un PC en esa época?. Ahora compenso toda esa falta, jugando con ellos, y me siento nuevamente como de 10 años.

Retomando el tema de la televisión, …ahora todo es distinto con el cable. La posibilidad que tienen actualmente los niños de encender la “tele” a cualquier hora y encontrar monitos es increíble. Además, tienen la posibilidad de ver películas a cualquier hora del día… y cuantas veces quieran. Cuando mis papás me llevaron a ver la Guerra de las Galaxias, quedé alucinando como dos semanas… y no pude volver a verla hasta que ya grande arrendé el VHS, muchos años después (esto es muy loco). En cambio, mis hijos me aburrieron con ciertas películas en DVD, que veían (y aún ven) una y otra, y otra vez… ¡Se aprendían hasta los diálogos!.

Pero en este mundo, absolutamente globalizado, y tan lleno de información, existe en el aire una idea que puede llegar a tener un efecto tremendamente pernicioso para los niños, y que no tiene nada que ver con la sobreestimulación con la que nos asustan algunos especialistas.

Mi preocupación mayor se refiere a Estudios científicos en varios países, de los que me he enterado últimamente, acerca de la angustia que viven los niños en relación al riesgo que corren de no poder heredar un mundo donde crecer cuando sean grandes, y que posean bajas expectativas de que puedan ofrecer un planeta Tierra a sus hijos.

A mi esto me llena de pena, porque cuando yo fui niña, jamás me sentí amenazada por la posibilidad de desaparecer. Mi mamá me cuenta que ella si temía por nosotras, sus hijas, porque era la época de la guerra fría y del tan temido botón rojo del que se hablaba, capaz de destruir a la Tierra. Pero gracias al hecho de que a la hora de las noticias yo estaba jugando o durmiendo, nunca me enteré de eso, y por el teléfono negro de mi casa, con disco numérico para marcar, no se recibían noticias; como es posible ahora a través de los celulares conectados permanentemente a la red.

Cuando niña, si le hubieran quedado 5 minutos de existencia a la Tierra, yo ni me hubiera enterado. Habría seguido jugando a mis muñecas y no habría sentido ni la más mínima angustia. Pero pienso qué ocurriría ahora, si nos quedaran sólo 5 minutos de existencia, no dudo que nos enteraríamos… me imagino las imágenes en los Pc, notebooks, netbooks, celulares, televisores, etc. y todo aquello que este conectado a Internet… Me angustia la posibilidad de no estar en ese momento con mis niños; no poder contener su angustia, que me daría la fuerza para contener la mía.

Por esto creo que es la peor diferencia que encuentro entre esta infancia y la que mis padres me regalaron.

Hago una invitación a todos los papás y mamás, abuelos y abuelas, tíos y tías, profesoras y profesores, amigos y amigas a recuperar una infancia libre de angustia. Ya tendrán nuestros niños tiempo suficiente para angustiarse, por miles de cosas, porque esa es mi Fé, que aún queda mucho tiempo para que aprendamos a ser seres humanos, antes de abandonar este planeta.

Los invito a hablar menos de Calentamiento Global y más de cuidado al medio ambiente, de buscar nuevas y más limpias formas de energía, y trabajemos en ello.

Los invito a hablar menos de la Guerra, y más de los grandes hombres y mujeres de Paz, que nos han marcado el camino… Mahatma Gandhi, Sor Teresa de Calcuta, Martin Luther King, el Dalai Lama, Juan Pablo II, y tantos otros, que esperan de nosotros una actitud de mayor tolerancia a las ideas, mayor justicia y más entendimiento.

Los invito a hablar menos de la destrucción de bosques, selvas y tantos otros recursos de la Tierra. Mejor enseñemos a nuestros niños a renovar, a reparar, a reciclar, a reutilizar. Dejemos a un lado esta cultura de lo desechable.

Para terminar, me gustaría aclarar que a mí me gusta la Infancia que les estoy regalando a mis hijos, sólo que me gustaría …fuera aún mejor.

Mamá, ¿Qué hace un psicólogo?

Aún recuerdo cuando mi hijo mayor estaba en pre-kinder y debía preparar un trabajo para presentar a sus compañeros acerca de qué hacían sus papás, en qué trabajaban.

La pregunta me sorprendió, porque aunque yo tenía claro lo que hacía, no encontraba las palabras precisas para explicárselo a un niño de 4 años.

Me dí cuenta que para que él entendiera, debía aferrarme a cosas, conceptos e ideas, que él comprendiera, conociera y pudiera dibujar en su mente.

Le pedí un tiempo para preparar una respuesta. A veces como padres nos apresuramos mucho en contestar las interrogantes de nuestros pequeños, quizás por temor a no mostrarnos ante ellos como ignorantes o poco sabios, lo que me parece un error, porque sólo aprenden a dar respuestas impulsivamente, y a no pensar antes de contestar.

Cuando aclaré un poco más mis ideas, le conté primero acerca de dónde podía trabajar un psicólogo, y específicamente un psicólogo de niños como yo lo era. Le conté que podía trabajar en un colegio o un Jardín infantil, como también en una consulta parecida a la de los médicos.

Le expliqué que para mí, lo más importante era que los niños se sintieran bien; con sus padres, con sus familias, con sus amigos, con sus profesores y más aún, con ellos mismos.

Tuve que tocar temas que me di cuenta, eran muy ajenos, gracias a Dios, a mi pequeño. Temas que el conocía de amigos, de cuentos que habíamos leído (son muy importantes para aumentar la gama vivencial de un niño), de programas de televisión, etc. Hablamos de los niños que tienen a sus padres separados, de los niños que se enferman y tienen que estar en hospitales, de los niños que no saben hacer amigos porque son muy peleadores o muy temerosos de acercarse a otros (aún no manejaba el concepto de timidez), de los niños que pierden a un ser querido y sufren de mucha pena, y de los niños que aunque se esfuerzan mucho no les va bien en el colegio. La verdad es que no continué más y lo dejé hasta ahí, pues no quise adentrarme en otras realidades más duras como son el maltrato y el abandono; no quise meter en su cabeza ideas que lo pudieran angustiar demasiado ya que me pareció que con lo que habíamos conversado era suficiente.

Le conté que todos estos niños, muchas veces necesitan ir al psicólogo, porque aunque sus padres los quieren mucho, no saben cómo ayudarlos, no pueden.

Para explicar esto, hice una comparación con la salud física. Conversamos de las veces que él se había enfermado, y que habíamos ido a ver a la pediatra, porque aunque yo lo quisiera mucho, el necesitaba de remedios y de alguien que supiera lo que tenía, que hubiera estudiado para ello. Le mostré que aunque es cierto que a veces el sólo tiene un simple resfrío y no necesitamos molestar a la Tía, cuando es algo grave, los papás no dudamos en llevarlos al doctor.

Mi hijo lo comprendió rápidamente y me preguntó …¿Tú ves a los niños que tienen pena?... Probablemente el sentimiento que en ese momento a él le fue más cercano, porque después de hablar de todas estas cosas difíciles que pueden llegar a sufrir los niños como él, indudablemente nos invade la pena.

Pero no lo quería dejar con ese sentimiento, pues quería compartir con él la enorme alegría que siento al realizar mi trabajo.

Le contesté… “Sí, a los niños con pena y muchas cosas más, con enojo, con vergüenza, con lata… con todas las cosas que están en nuestro corazón y queremos compartir con la alegría y el amor.”

Me fue difícil explicarle que en la vida es necesario sentir cosas buenas y no tan buenas. Que la pena y la rabia son importantes, para notar la diferencia de cuando estamos alegres.

Le dije que lo malo era cuando un niño estaba siempre triste, que nada lo hacía sentir bien, y que además si uno le preguntaba… no sabía por qué. Le conté que cuando llegaba a verme un niño así, lo primero que debía hacer para ayudarlo era entender ese porqué, pero que no era fácil… y por eso lo tiene que hacer alguien como yo, un psicólogo.

Hablamos de lo bien que me sentía cuando un niño que yo atendía se mejoraba. Cuando lograban sentirse bien con sus papás, con su familia, con sus hermanos y disfrutaban nuevamente de las cosas simples. De lo felices que estaban los niños cuando se sentían bien en el colegio, con sus compañeros y profesores. Quería que el notara lo mucho que me gusta lo que hago.

Recuerdo que terminamos esa conversación con un fuerte abrazo. Luego buscamos fotos donde se veían niños con un adulto consolándose, jugando, conversando, y escribimos en un papel lo que él había entendido, para que las tías lo ayudaran a presentar su trabajo.

Por parte de mi marido el trabajo fue bastante más sencillo, y se lo explicó en forma mucho más práctica… él es Ingeniero.

Niños al psicólogo

Creo que uno de los momentos más difíciles de mi trabajo como psicóloga, no es cuando recibo a un niño para hacer un diagnóstico; sino cuando he debido ser la que inicia el proceso, es decir, explicar a un papá y a una mamá que deben llevar a su niño o niña a un colega para que éste le haga una evaluación. No es algo que les guste escuchar, aunque en cierta forma ya intuyen la necesidad. Ya les han llegado quejas, o han notado cambios de ánimo importantes en los niños, o son capaces de percibir dificultades en las relaciones afectivas que establecen sus hijos.

Cuando he sido yo la colega a la que derivan al niño, y esos padres llegan finalmente a mi consulta con su hijo o hija, ya han recorrido un largo camino emocional, de muchos cuestionamientos, de no saber si esperar o no, cuánto esperar, o de atacar el problema lo antes posible, exigiendo además respuestas rápidas.

Pero esto no siempre es así. Es cierto que muchos papás, llevan a sus niños por iniciativa propia al psicólogo; generalmente porque ellos han iniciado también un proceso terapéutico y piensan que sus hijos deberían ser evaluados y apoyados en alguna área de su desarrollo. Pero estos casos son los menos, y existe una gran reticencia a llevar a los niños a un especialista.

Los padres se resignan más cuando uno los envía a la fonoaudióloga, a la psicopedagoga, e incluso al neurólogo. Es curioso como somos más adeptos a los temas médicos. Pero en general, los padres presentan una enorme oposición cuando uno les plantea la idea de que el problema de su hijo o hija es de índole psicológico.

Mi teoría es que lo físico es evidente, claramente visible. Por ejemplo: “Señora su hijo tiene una fractura en la pierna, necesita yeso y una larga terapia de rehabilitación de 20 sesiones con kinesiólogo”. ¿Alguna madre se cuestiona ante tal aplastante diagnóstico?. Y si necesita bastón se lo compra, y si debe pagar taxi para llevarlo, lo hace.

Pero ¿dónde se ve, dónde se observa, un cuadro angustioso, o depresivo? Para mí es bastante evidente, pero para muchos papás es sólo un no querer comer por maña, o que le gusta llorar para llamar la atención, o pura flojera, etc. y “No es tanto tampoco”,… por último “Ya se le va a pasar”.

Ejemplo de situaciones que me ha tocado observar: Si un niño o niña tiene problemas porque lo molestan los compañeros, los padres corren al psicólogo del colegio, molestos además con las autoridades del establecimiento porque no han hecho nada para evitar el actuar de estos vándalos. Cuando llegan y uno les dice que al que hay que apoyar es a su hijo o hija, para lo cual se requiere una evaluación, y quizás hasta un trabajo terapéutico, porque se aprecia una baja autoestima, una pobre imagen de sí mismo, problemas para establecer vínculos significativos con sus compañeros, etc.… se sienten incomprendidos… su hijo o hija es sólo una víctima y lo que ellos esperaban es que se pusiera atajo a la situación, de lo contrario sacarán al alumno del colegio. Si así ocurre, en pocos meses, salvo que se presenten importantes factores protectores de cambio, la situación va a volver a repetirse, y una vez más ese niño o niña, volverá a iniciar el círculo por el cuál se convirtió en el blanco de las molestias de su grupo de pares.

Este largo camino emocional que viven los padres y al que me refería al comienzo, se ve impregnado de un sentimiento muy profundo, hasta inconciente, que conocemos como la Culpa.

Y por alguna extraña razón, muchos padres dejan de centrarse en el niño, para centrarse en ellos mismos. Su pena y su malestar es tan grande, con la tradicional pregunta …¿Qué hicimos mal?, que dejan de ver a su hijo o hija, quien es el que lo está pasando mal… y en los peores casos, además lo abandonan emocionalmente, por lo que tenemos niños que después del diagnóstico, ya no lo pasan mal… lo pasan pésimo. Gracias a Dios no siempre llega a tanto, pero siempre hay un grado culpa.

Esta culpa de los padres, se paga con el castigo del gasto económico al que se deben enfrentar. Una psicoterapia breve de 6 meses, puede llegar a costar entre unos $600.000 y $900.000. Esto se puede apreciar como una cifra aplastante, pero no tanto si lo contrastamos con una operación de adenoides de un valor de $1.300.000 (de acuerdo a mi experiencia materna personal). Ahora bien, debo reconocer que para estas últimas intervenciones, las coberturas de los planes de salud son mucho mejores y si además hay seguros asociados, puede verse bastante disminuida esta cifra. En relación a los planes en salud mental, vemos que no hay ningún punto de comparación. Pero esto sería un problema de políticas públicas que por ahora, no es mi tema.

Entonces, es ahí cuando los psicólogos clínicos debemos trabajar además con el shock de los padres.

Superadas las resistencias a la sugerencia de visitar un especialista, al diagnóstico que nos habla de una necesidad de terapia para nuestro hijo o hija, y luego de evaluar los costos, manejando emociones que van desde la pena, pasando por la culpa y llegando en algunos casos a la rabia, se inicia un compromiso de trabajo terapéutico. Si es terapia familiar, se establece una relación psicólogo-familia, y en mi caso, ya que yo trabajo directamente con el niño o niña, se inicia la relación paciente-terapeuta a la que yo llamo un “nosotros” tía-niño o tía-niña.

Y es entonces, cuando a pesar de haber sobrevivido a la etapa inicial, este “nosotros”, debe afrontar muchas más resistencias, hasta verdaderos boicots. Al parecer es muy duro para los padres ver los adelantos que un “otro” está logrando con su niño o niña. Y más encima si ve que sólo va a jugar!!.

En mi experiencia como psicóloga, es triste ver que en una cantidad importante los terapeutas infantiles no alcanzamos a terminar nuestro trabajo. Muchos padres se quedan sólo con el diagnóstico, y esperan que el problema se supere solo. Otros cuando ven que la situación está en franca mejoría, determinan que ya es suficiente y dejan de llevar al niño. Esto es como sacar a un niño de una operación sin esperar a que el cirujano haga los puntos. Y por último, muchos ocupan las vacaciones como una excusa para no volver.

Cuando he podido enterarme de que ha pasado con estos casos, penosamente la mayoría de los niños había sido enviado nuevamente a la consulta de un psicólogo, y como generalmente estos papás no quieren reconocer que no debieron haber dejado el trabajo de su niño o niña, buscan a otro especialista, con la secreta ilusión, que les de otro diagnóstico.

Pero gracias a Dios, hay un lado maravilloso, y es el que me llena de fuerza para seguir en este trabajo.

Cuando los padres en vez de quedarse sólo con la culpa, son capaces de hacerse responsables de esta situación y llenos de amor hacen hasta el máximo esfuerzo para llevar a su hijo o hija al psicólogo, cumplir con los requerimientos de una terapia, y terminarla; ahí es cuando podemos ser espectadores de la magia, que no nace de nosotros, …sino de lo profundo del alma humana, de la propia capacidad que tiene ese niño, esa niña, para reconstruirse, para reinventarse, para reestablecer los lazos sanos que le permitirán llegar muy lejos en su vida emocional, …tanto como le permita ésta, su propia magia interna… que nosotros como psicólogos, sólo hemos dejado fluir.

Pedir Ayuda

A todos, cuando pequeños, nos enseñan que si tenemos hambre debemos comer, que si tenemos sueño debemos dormir, que si tenemos frío debemos abrigarnos o si tenemos calor desabrigarnos, etc. Nos enseñaron a buscar un remedio a nuestras necesidades básicas.

A la mayoría nos hablaron de la importancia de ser buenos, atentos y preocupados con nuestros papás, con los amigos, con los demás. Y descubrimos que tener personas con quien compartir, es agradable y necesario para ser feliz. También nos enseñaron que comportarnos mal con los demás, nos puede llevar a quedar solos. Esto nos lo enseñaron a la mayoría… no a todos.

A sólo algunos enseñaron además, que si uno esta alegre puede reír, que si está triste puede llorar, que si está molesto puede verbalizar su molestia, que si siente vergüenza puede disculparse, etc. Es decir, la posibilidad de expresar nuestras emociones y nuestros sentimientos, favoreciendo a que las personas que nos rodean puedan entendernos, y con ello mantener relaciones sanas y gratificantes.

El problema es que sólo a una minoría, una muy pequeña, les enseñaron que además de todo esto… aunque los demás puedan ser capaces de entendernos… la gente no puede leer la mente… y eso que hay gente muy intuitiva, pero en realidad nadie puede saber qué nos pasa, qué es lo que sentimos, qué es lo que necesitamos, si no utilizamos esa maravillosa herramienta que es el lenguaje verbal humano.

Y junto con esto, una de las dificultades más grandes a las que nos vemos expuestos, por esta “falta de educación”, es que no sabemos cómo pedir ayuda.

En este sentido, todos manejamos cierta capacidad para hablar de lo que nos pasa, de lo que queremos y de lo que necesitamos, pero muchas veces… sólo nos enojamos con los demás, en especial con los cercanos, porque no son capaces de ayudarnos, incluso porque no son capaces de solucionarnos los problemas sin tener que pedírselo…

Esto es curioso, es como si guardáramos ese secreto deseo de que todos fueran como nuestras madres cuando éramos pequeños, que adivinaban lo que queríamos y nos lo traían, de que nos explicaran, …ellas a nosotros, qué es lo que nos pasaba, y encontraran la forma de remediar cualquier dolor y cualquier problema. Repito que cuando éramos pequeños, pues con los años… se pierde la telepatía, y aunque adivinaran lo que necesitamos, justo después de que sufren nuestra adolescencia, las madres entienden que es mejor que cada niño o niña, solucione solo sus problemas, y que busque sus propias respuestas.

Y es que esta incapacidad para pedir ayuda no nace con nosotros, es consecuencia de nuestro estilo de relacionarnos. Cuando somos niños pedimos ayuda constantemente porque reconocemos nuestras dificultades reales, pero a medida que vamos creciendo, se nos deja muy en claro que ya estamos “grandecitos” para eso. Aparecen frases como: “Ya deberías hacer eso tú solo”, o “Hasta cuando vas a esperar que te hagamos todo”. Es en ese momento cuando sentimos que debemos valernos por nosotros mismos, e incluso creemos que nadie va a ser capaz de entendernos, o que por el contrario vamos a mostrarnos débiles e incapaces, torpes y vulnerables, y caemos en una mudez emocional.

Entonces, cuando la situación obviamente nos sobrepasa, ya que en la vida nos topamos con muchos momentos para los que no estábamos preparados; nos vemos enfrentados a la necesidad de reaprender a pedir lo que queremos, a expresar nuestra necesidad, a mostrar nuestras dificultades, nuestras falencias y atrevernos finalmente a pedir ayuda. No es pedir que hagan las cosas por nosotros, simplemente es que nos den una mano, un apoyo, un consejo.

He visto esta dificultad en muchas personas adultas. Las he observado tener clara conciencia de que su vida no está bien, de que no están obteniendo toda la satisfacción que esperarían de sus relaciones, de su trabajo, de sus actividades cotidianas, pero no saben qué hacer para cambiar su situación.

Cómo psicóloga podría decir que nosotros, los psicólogos, como profesionales somos la única respuesta para quienes requieren de apoyo emocional, ...pero sé que esto no es así. A veces bastaría con saber pedir ayuda a la familia, a un sacerdote amigo, a un médico de confianza que sepa y quiera prestar oreja… y por que no, también a un profesional de la salud mental, psicólogo o psiquiatra. No somos la única respuesta, pero somos una muy buena opción.

Entonces, me temo que es esta falta de educación emocional, la que nos limita y nos impide acceder a algo que esta muy cerca, que es la posibilidad de sentirnos bien, de mejorar nuestra calidad de vida. Creo que para empezar, bastaría simplemente con el hecho de que nos demos permiso, reconociendo humildemente nuestra humanidad, para pedir ayuda.

Por lo mismo, quiero hacer una invitación a todos los padres y madres, educadores y personas cercanas a nuestros niños… no olvidemos en este largo camino de enseñanzas y aprendizajes, que cada pequeño y pequeña tiene derecho a no saber, tiene derecho a sentir temor, y por lo mismo, debe ser capaz de confiar en que estaremos ahí para tomar su mano, y que si la necesita recibirá nuestra ayuda, no importa si tiene 5, 10, 20 o 40 años, incluso 60 u 80.

Si quieres algo, si necesitas algo… por favor, pídelo. A lo mejor nadie podrá dártelo, pero al menos sabrás que diste un primer paso, reconocer una necesidad de cambio. Tema que espero abordar en alguna oportunidad.

jueves, 22 de octubre de 2009

¿Qué puede hacer un Psicólogo Clínico Infantil?

Cuando salí de la Escuela de Psicología con mi flamante título, sentía que tenía una amplia gama de posibilidades para trabajar.

En esa época, la cantidad de psicólogos había aumentado considerablemente, y ya que se trataba de una carrera de pizarra y profesor, las carreras de psicología en múltiples universidades, proliferaban como las callampas en el campo después de la lluvia.

Yo me sentía segura, pues mi título era de universidad tradicional y pensaba que eso me daría cierta ventaja, y en cierto modo… así fue, al principio.

Pasaron algunos meses antes que encontrara un trabajo remunerado. Mientras esperaba “algo”, seguía atendiendo los pacientes de mi práctica que aún sentía como mi responsabilidad aunque ya la hubiera terminado.

Además de esta actividad, que me hacía sentir aún en un ambiente seguro, ya que mi Escuela era casi como mi casa (estudiando, uno pasa demasiado tiempo en ella), trabajaba de voluntaria en un Jardín Infantil. Iba una o dos veces a la semana, a estar con las tías y los niños, apoyando en lo que se me requiriera; lo que me permitió entrar en contacto con una realidad que me llamaba poderosamente la atención, el mundo de los preescolares.

Además buscábamos con mis amigas un lugar económico para arrendar consulta y atender pacientes.

Es así como repartí muchos currículum y tarjetas. Esperaba esa llamada que me abriera las puertas al mundo laboral. Al fin me llamaron a formar parte de un Programa Social con atención a escolares, en una Municipalidad, lo que me llenó de emoción. Fui a la entrevista, y no quedé. Sentí la frustración. Después de poco tiempo, me volvieron a llamar, y está vez sin entrevista entre a trabajar (después me enteré que la psicóloga que había quedado originalmente, vislumbró lo que se venía y se retiró… y por eso, como segunda opción me llamaron)… y me convertí en empleada pública… lo que no es tema fácil.

Ahí tuve una época de gloria, donde todo (o casi todo) iba bien, pero hay que saber moverse en esos programas… pues depende demasiado la sobrevivencia de éstos, quién esté a la cabeza. Y así fue como el Programa murió y yo quedé nuevamente cesante… (¿O por primera vez?).

Cabe señalar, que en ese Programa estuve la no despreciable cantidad de 4 años, y entre medio también atendía pacientes (no muchos) en una consulta que arrendaba una tarde a la semana, y además hice clases de Psicología dos años en un Instituto a asistentes de educación de Párvulos, hice un Post-título de Psicología Social y me casé.

En relación al Jardín, trabajé ahí hasta que con mucha pena, me sobrepasaron mis nuevas obligaciones y debí abandonarlo por completo.
Al estar en el Programa Social con escolares, me tocó enfrentar principalmente la enfermedad, los problemas graves de salud mental, y no sólo los tradicionales problemas de aprendizaje y déficit atencional, sino también el maltrato y el abandono.

Quizás por ese motivo, además de trabajar, hacer clases y la consulta; fue que decidí hacer el Post-título en Psicología Social. Para que me dieran más herramientas para enfrentar los dramas que me tocaba atender en el día a día, y lograr un enfoque más preventivo.

Descubrí que no hay post-título que te prepare para esos problemas, no se puede hacer mucho cuando lo social además depende de “voluntades políticas”.
Entonces, al dejar de trabajar en la Municipalidad, y de descubrir como los recursos para los Programas Sociales van y vienen, hasta que desaparecen por completo; mi pregunta fue… y ahora ¿Qué hacer?...

Como toda psicóloga clínica que se precie de tal, me fui a trabajar a un colegio… (mal chiste para las psicólogas educacionales). Allí realicé entrevistas de admisión, elaboración de material para talleres relacionados con el tema de la transversalidad, y lo más entretenido… trabajar con los niños.

Es curioso experimentar la dualidad de la psicología clínica. Trabajar con la enfermedad puede llegar a producir un gran estrés, aunque es enormemente significante, útil y necesario; y el trabajar con niños en talleres, con un enfoque principalmente preventivo, puede ser enriquecedor y gratificante, menos estresante, pero hace que uno se cuestione su utilidad pues en el fondo uno sabe que esos niños están sanos, y entonces, aparece la culpa.

Fue entonces, cuando había logrado cierta estabilidad, trabajando muy motivada en el colegio, y con mayor estabilidad en la consulta, que mi vida dio un vuelco inesperado.

Después de un año y medio de matrimonio, a mi esposo lo trasladaban a otro país. Por consecuencia (el tradicional contigo pan y cebolla), dejé el colegio y la consulta.

Entonces nuevamente… ¿Qué hacer? La repuesta era lógica, podría ir a estudiar, y sin hijos podría hacer mi anhelado Magister.

No contaba, pues nadie puede preveer cosas así… el proyecto de mi esposo no fue viable y luego de tres meses volvimos a casa. Adiós Magister.

No tenía nada, pues había dejado todo atrás. Responsablemente todo cerrado. Pacientes derivados y amiga en mi puesto en el colegio… no podía volver.

Nuevamente… ¿Qué hacer?

La respuesta me la dio la vida, me hice madre… y me retiré por 4 años a vivir “a concho” lo que tanto predicaba… la Maternidad, el Apego en su grado máximo… al 100%.

Temí por algún momento no encontrar un sitio dónde reinsertarme en el mundo laboral y surgió la posibilidad de volver a trabajar en un colegio.

Pero uno cambia, las realidades cambian y viví una situación muy difícil. Tal vez erré en la orientación del colegio, pues al transcurrir del tiempo, me dí cuenta que mi trabajo sólo condenaba a los niños que atendía; etiquetándolos al punto de llevarlos directo a su cancelación de matrícula. ¿Cómo proponer que un niño necesita ayuda seria, porque presenta un problema real, sin que eso lo llevé a ser calificado como no indicado para la exigencia del colegio?.

Cuál quijote, me tiré contra los molinos… y justo antes de caer en una depresión… corrí a perderme… sin tener claridad acerca de mi futuro… Lo que sí sabía, es que en ese momento esperaba a mi tercer hijo.

Y ahora ¿Qué hacer?... Embarazada, imposible buscar un trabajo… tampoco impulsar una consulta… y ya descartados los Programas Sociales y los colegios exitistas… se disminuían las posibilidades…

Buscando, pensando… llegó la iluminación. Fue así como me convertí en empresaria. Con el patrocinio absoluto de mi madre, compramos un Jardín Infantil y me convertí en Directora. Eso fue en marzo del 2005, con 6 meses de embarazo, y con mis dos hijos mayores ingresando al colegio.

Ha sido increíble este proceso. Tenía en ese momento, bastante avanzados algunos temas. Gracias a mi experiencia voluntaria en el primer Jardín Infantil, las clases que hice a asistentes de educación de párvulos, el trabajo con apoderados en el Programa Social con escolares, la elaboración de material y talleres en el colegio… todo servía y presagiaba un futuro esplendor… Lástima que no tenía ninguna idea de cómo llevar un negocio…

En este trabajo estoy actualmente, sin mucho éxito económico, pero con una riqueza vivencial, que quizás es lo que me impulsa en estos momentos a pulsar cada tecla e imprimir con emoción estas palabras… para dar sentido a este enorme proyecto realizado… que jamás se expresó en cifras azules y me condena nuevamente… al terminar este año… a hacer la eterna pregunta…Y ahora… ¿Qué hacer?.

Sin embargo, espero haber contestado la pregunta inicial… y espero falte aún una parte importante de la respuesta… Cómo se podrá deducir… hay muchas cosas que puede hacer un Psicólogo Clínico Infantil.

Psicología Preescolar

Llamamos etapa preescolar, al período comprendido entre el fin de la Lactancia (2 años aprox) y como lo dice su nombre, previo a que el niño comience su etapa escolar (1º básico, 6 años aprox.).

La psicología del preescolar, se refiere al estudio del comportamiento de niños y niñas de esta edad; que incluye los factores sociales, afectivos, cognitivos y físicos propios del desarrollo de todos los seres humanos, en todas sus dimensiones.

Esta gran cantidad de factores y variables que construyen finalmente a la PERSONA, son los responsables de que cada uno de nosotros sea un universo único y maravilloso.

Es por esta razón, que al aventurarme a tratar estos temas, me siento en la obligación de dejar en claro, que en la mayoría de los casos, haré referencia a generalidades, a conductas promedio y, a lo esperado. Sin embargo, todos los que trabajamos con niños, sabemos que jamás encontraremos un libro, artículo o ensayo de psicología infantil, con la capacidad y riqueza tal de abarcar la infinita particularidad que encierra cada ser humano.

Mi conocimiento del tema, surge del hecho de haber alcanzado el Título de Psicóloga el año 1994, especializándome en psicología clínica infantil… leyendo una innumerable cantidad de libros, presentando un sinnúmero de exámenes y disertaciones, así como realizando las prácticas de rigor para llegar a ello.

Pero principalmente, creo que mi real aprendizaje lo he alcanzado a través del trabajo que he desarrollado desde ese momento; en lo clínico como terapeuta, hace 5 años como Directora de un Jardín Infantil, y de ser madre; es decir, del contacto diario con niños, única y fidedigna fuente de conocimiento (Estando con ellos, aprendí cosas que no encontré en ningún libro, ensayo o artículo).

Mi intención de escribir y plasmar mis ideas, no surge de la ambición de completar los conocimientos de otros con mis vivencias; sino simplemente del placer de compartir, tanto experiencias como sentimientos, pues creo que las vivencias son personales, y por ello sólo me queda invitar a otros a buscar las suyas propias y a que, si así lo desean, también las compartan.