martes, 24 de mayo de 2011

La salud de nuestros Hijos

Si hay algo que realmente me angustia, es cuando uno de mis hijos se enferma o accidenta. Y no me refiero a una gripe o a un simple resfrío, sino cuando necesito llevarlos a qué les hagan exámenes, a cuando quedan en observación; y cada minuto esperando una respuesta para saber qué es lo que tienen, parece clavarse en el reloj.

Las enfermedades nos muestran lo frágil y delicada que es esta extraña máquina que es nuestro cuerpo humano, lo rápido que se puede echar a perder, y lo difícil que es preveer que esto vaya a ocurrir.

Y si bien es esperable que enfermen las personas que ya tienen sus años, y entre ellas me pongo en la lista, no lo es cuando se trata de niños pequeños. Ellos gozan de tanta energía, de tantas ganas de reir y disfrutar, que cuando nos dicen que están gravemente enfermos nos sentimos morir.

Se pone a prueba nuestra Fé, porque pensamos y sentimos que no es justo. Preferiríamos mil veces que el diagnóstico cayera sobre nosotros y no sobre nuestros pequeños. Creemos que sería mucho más fácil aceptarlo y tolerarlo en nosotros, pero jamás en ellos.

Escribo esto, porque hace algunos días, nos enteramos con mucho dolor, que a una pequeña de 2º básico del colegio de mis hijos le diagnosticaron leucemia.

Una niña que hasta hace pocas semanas corría y jugaba naturalmente por los patios de su colegio, compartiendo la alegría de vivir con sus compañeros y amigos, hoy está en una pieza de hospital, acompañada de la cálida presencia de su familia, deseando probablemente volver pronto a su casa; y esperando obtener las respuestas a las preguntas que el futuro hoy le hace a su presente.

Me pongo a pensar y trato de imaginar... pero no puedo, me angustia la idea a tal punto que me quedo en blanco, y vuelve, una y otra vez, la pregunta... ¿Qué será de su niñez?

Sólo espero, y por eso la tengo diariamente en mis oraciones, que ella y sus padres encuentren la fuerza para superar y entender estos difíciles momentos. Que puedan aceptar esta terrible situación como una prueba, muy dura por cierto, para demostrarse cuánto se quieren, cuánto han aprendido de la vida, y así crecer juntos, encontrar un sentido, y ser... como el metal, que se forja en el fuego, golpe a golpe, para alcanzar una forma cada vez más perfecta.

Me gustaría confesar, que hoy ruego con más fuerza a Dios para que nos acompañe como familia, proteja a cada uno de mis hijos, y que en la medida de lo posible, según sea su voluntad, nos libre de tan extremo y severo aprendizaje.

Y por último, para las familias que se encuentran en esta difícil situación, un consejo “profesional”, que nace más de lo “maternal”que de lo académico (aunque se corrobora con un montón de estudios científicos acerca de cómo es que funciona nuestro sistema defensivo, como es la respuesta al estrés, y de cómo se recupera el organismo), es: “mucho amor, muchas caricias, muchas risas y mucho saber estar, saber acompañar”

No hay comentarios:

Publicar un comentario