miércoles, 14 de diciembre de 2011

Los padres no podemos renunciar a nuestro rol formador


A raíz de muchos eventos que me tocó vivir este año, quedé preocupada al ver lo desorientados que están nuestros niños y jóvenes en relación, no a lo que quieren, sino al cómo manejarse para alcanzar sus metas y objetivos, y básicamente porque nadie ha estado ahí para enseñarles.

Siento que en particular, muchos padres justifican el abandono en que mantienen a sus hijos, con la propia necesidad que tienen de que estos desarrollen autonomía; porque no quieren o no pueden hacerse cargo.

Porque muy distinto es enseñar a los jóvenes a valerse por sí mismos, a hacer sus cosas solos, al hecho de dejarlos sin un consejo, un apoyo, una guía, ya que muy a mi parecer, no tienen los grados de autonomía necesarios ni a los 15 ni a los 16, y muchos ni siquiera a los 21 años para optar y luego hacerse cargo de las consecuencias que sus actos conllevan.

Lo podemos ver constantemente en las noticias; los altos indices de embarazo adolescente, los accidentes fatales después de las fiestas, la drogadicción, y hasta en cosas menos graves pero igualmente significativas, como la expulsión de un colegio por no rendir lo necesario, haber incurrido en faltas graves de conducta hacia profesores o directivos, incluso hacia compañeros, etc.

Me desconcierta cuando uno en un deseo de aportar, ya que alcanza a vislumbrar ciertas posibles consecuencias negativas, invita a esos padres a hacer algo, a tomar las riendas, a imponerse como autoridad sobre sus hijos, y sin embargo, estos se molestan y le gritan a uno que no se meta porque ellos reconocen en sus niños un “pensamiento autónomo” y que no tienen ya nada que decir ni que hacer con esos “seres maravillosos” que son sus hijos.

Lastima que esas maravillas cuando se meten en problemas, y están con el agua hasta el cuello, no saben que hacer y se desesperan. Ahí aparecen esos papás, antes siempre ausentes, para prestarles ropa, esconderlos bajo sus alas para protegerlos del malvado mundo exterior que no viene más que a cobrar aquello que le corresponde (paternidad, rehabilitación, asumir una cancelación de matricula, etc.) Es curioso, siempre los malos siguen siendo “los otros”.

Al ver tanto dolor cuando ya nada se puede hacer más que asumir, me cuesta pensar en por qué no se prefiere evitar estas situaciones siendo más papás.

Es necesario entender que nuestros hijos están llenos de amigos, buenos y malos, pero que padres sólo tienen dos, y ojalá sean buenos, pero no tienen más.

Que pena si se enojan porque no les dimos permiso para alguna actividad, pero primero los permisos se ganan con confianza, con respeto, con una historia de responder maduramente y responsablemente.

Que pena si nos dejan de hablar porque les quitamos privilegios si han bajado su rendimiento escolar. Más adelante serán capaces de entender que pueden perder un trabajo, con el que sostienen quizás a su familia, si bajan su rendimiento laboral.

Es difícil jugar a la bruja, al malo de la película, porque a uno le encanta que los niños nos digan que nos quieren, que somos maravillosos. Pero si realmente queremos ser los verdaderos “héroes” en las vidas de nuestros hijos, sepamos esconder la capa y marquemos claramente los límites.

Si al final, nuestros hijos, niños y jóvenes, deben entender que lo que buscamos para ellos es evitarles sufrimientos. Por ellos, nuestra autoridad debe basarse en la confianza, en la seguridad que los estamos formando para un mundo que no siempre les va a mostrar su mejor cara.

Por eso me encanta ver a papás que resisten las críticas, y siguen imponiéndose con mucho cariño, como autoridad creíble, sobre sus niños y adolescentes. Que los van a buscar a las fiestas, aunque no sea a la puerta, pero que saben como salieron del lugar. Que el conversar es una práctica tan habitual en la casa que no hay espacio para el “no tener idea” en lo que andan. Que la cultura familiar albergue a la cultura de los amigos, y que no sean enemigas. Que la jerarquía no sea sólo un medio para ejercer el poder, si no más bien un tener claro en quiénes nos apoyamos, cuales son los pilares.

Y tantas otras formas de NO renunciar a nuestro rol formador como padres.


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