jueves, 22 de octubre de 2009

¿Qué puede hacer un Psicólogo Clínico Infantil?

Cuando salí de la Escuela de Psicología con mi flamante título, sentía que tenía una amplia gama de posibilidades para trabajar.

En esa época, la cantidad de psicólogos había aumentado considerablemente, y ya que se trataba de una carrera de pizarra y profesor, las carreras de psicología en múltiples universidades, proliferaban como las callampas en el campo después de la lluvia.

Yo me sentía segura, pues mi título era de universidad tradicional y pensaba que eso me daría cierta ventaja, y en cierto modo… así fue, al principio.

Pasaron algunos meses antes que encontrara un trabajo remunerado. Mientras esperaba “algo”, seguía atendiendo los pacientes de mi práctica que aún sentía como mi responsabilidad aunque ya la hubiera terminado.

Además de esta actividad, que me hacía sentir aún en un ambiente seguro, ya que mi Escuela era casi como mi casa (estudiando, uno pasa demasiado tiempo en ella), trabajaba de voluntaria en un Jardín Infantil. Iba una o dos veces a la semana, a estar con las tías y los niños, apoyando en lo que se me requiriera; lo que me permitió entrar en contacto con una realidad que me llamaba poderosamente la atención, el mundo de los preescolares.

Además buscábamos con mis amigas un lugar económico para arrendar consulta y atender pacientes.

Es así como repartí muchos currículum y tarjetas. Esperaba esa llamada que me abriera las puertas al mundo laboral. Al fin me llamaron a formar parte de un Programa Social con atención a escolares, en una Municipalidad, lo que me llenó de emoción. Fui a la entrevista, y no quedé. Sentí la frustración. Después de poco tiempo, me volvieron a llamar, y está vez sin entrevista entre a trabajar (después me enteré que la psicóloga que había quedado originalmente, vislumbró lo que se venía y se retiró… y por eso, como segunda opción me llamaron)… y me convertí en empleada pública… lo que no es tema fácil.

Ahí tuve una época de gloria, donde todo (o casi todo) iba bien, pero hay que saber moverse en esos programas… pues depende demasiado la sobrevivencia de éstos, quién esté a la cabeza. Y así fue como el Programa murió y yo quedé nuevamente cesante… (¿O por primera vez?).

Cabe señalar, que en ese Programa estuve la no despreciable cantidad de 4 años, y entre medio también atendía pacientes (no muchos) en una consulta que arrendaba una tarde a la semana, y además hice clases de Psicología dos años en un Instituto a asistentes de educación de Párvulos, hice un Post-título de Psicología Social y me casé.

En relación al Jardín, trabajé ahí hasta que con mucha pena, me sobrepasaron mis nuevas obligaciones y debí abandonarlo por completo.
Al estar en el Programa Social con escolares, me tocó enfrentar principalmente la enfermedad, los problemas graves de salud mental, y no sólo los tradicionales problemas de aprendizaje y déficit atencional, sino también el maltrato y el abandono.

Quizás por ese motivo, además de trabajar, hacer clases y la consulta; fue que decidí hacer el Post-título en Psicología Social. Para que me dieran más herramientas para enfrentar los dramas que me tocaba atender en el día a día, y lograr un enfoque más preventivo.

Descubrí que no hay post-título que te prepare para esos problemas, no se puede hacer mucho cuando lo social además depende de “voluntades políticas”.
Entonces, al dejar de trabajar en la Municipalidad, y de descubrir como los recursos para los Programas Sociales van y vienen, hasta que desaparecen por completo; mi pregunta fue… y ahora ¿Qué hacer?...

Como toda psicóloga clínica que se precie de tal, me fui a trabajar a un colegio… (mal chiste para las psicólogas educacionales). Allí realicé entrevistas de admisión, elaboración de material para talleres relacionados con el tema de la transversalidad, y lo más entretenido… trabajar con los niños.

Es curioso experimentar la dualidad de la psicología clínica. Trabajar con la enfermedad puede llegar a producir un gran estrés, aunque es enormemente significante, útil y necesario; y el trabajar con niños en talleres, con un enfoque principalmente preventivo, puede ser enriquecedor y gratificante, menos estresante, pero hace que uno se cuestione su utilidad pues en el fondo uno sabe que esos niños están sanos, y entonces, aparece la culpa.

Fue entonces, cuando había logrado cierta estabilidad, trabajando muy motivada en el colegio, y con mayor estabilidad en la consulta, que mi vida dio un vuelco inesperado.

Después de un año y medio de matrimonio, a mi esposo lo trasladaban a otro país. Por consecuencia (el tradicional contigo pan y cebolla), dejé el colegio y la consulta.

Entonces nuevamente… ¿Qué hacer? La repuesta era lógica, podría ir a estudiar, y sin hijos podría hacer mi anhelado Magister.

No contaba, pues nadie puede preveer cosas así… el proyecto de mi esposo no fue viable y luego de tres meses volvimos a casa. Adiós Magister.

No tenía nada, pues había dejado todo atrás. Responsablemente todo cerrado. Pacientes derivados y amiga en mi puesto en el colegio… no podía volver.

Nuevamente… ¿Qué hacer?

La respuesta me la dio la vida, me hice madre… y me retiré por 4 años a vivir “a concho” lo que tanto predicaba… la Maternidad, el Apego en su grado máximo… al 100%.

Temí por algún momento no encontrar un sitio dónde reinsertarme en el mundo laboral y surgió la posibilidad de volver a trabajar en un colegio.

Pero uno cambia, las realidades cambian y viví una situación muy difícil. Tal vez erré en la orientación del colegio, pues al transcurrir del tiempo, me dí cuenta que mi trabajo sólo condenaba a los niños que atendía; etiquetándolos al punto de llevarlos directo a su cancelación de matrícula. ¿Cómo proponer que un niño necesita ayuda seria, porque presenta un problema real, sin que eso lo llevé a ser calificado como no indicado para la exigencia del colegio?.

Cuál quijote, me tiré contra los molinos… y justo antes de caer en una depresión… corrí a perderme… sin tener claridad acerca de mi futuro… Lo que sí sabía, es que en ese momento esperaba a mi tercer hijo.

Y ahora ¿Qué hacer?... Embarazada, imposible buscar un trabajo… tampoco impulsar una consulta… y ya descartados los Programas Sociales y los colegios exitistas… se disminuían las posibilidades…

Buscando, pensando… llegó la iluminación. Fue así como me convertí en empresaria. Con el patrocinio absoluto de mi madre, compramos un Jardín Infantil y me convertí en Directora. Eso fue en marzo del 2005, con 6 meses de embarazo, y con mis dos hijos mayores ingresando al colegio.

Ha sido increíble este proceso. Tenía en ese momento, bastante avanzados algunos temas. Gracias a mi experiencia voluntaria en el primer Jardín Infantil, las clases que hice a asistentes de educación de párvulos, el trabajo con apoderados en el Programa Social con escolares, la elaboración de material y talleres en el colegio… todo servía y presagiaba un futuro esplendor… Lástima que no tenía ninguna idea de cómo llevar un negocio…

En este trabajo estoy actualmente, sin mucho éxito económico, pero con una riqueza vivencial, que quizás es lo que me impulsa en estos momentos a pulsar cada tecla e imprimir con emoción estas palabras… para dar sentido a este enorme proyecto realizado… que jamás se expresó en cifras azules y me condena nuevamente… al terminar este año… a hacer la eterna pregunta…Y ahora… ¿Qué hacer?.

Sin embargo, espero haber contestado la pregunta inicial… y espero falte aún una parte importante de la respuesta… Cómo se podrá deducir… hay muchas cosas que puede hacer un Psicólogo Clínico Infantil.

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