martes, 27 de octubre de 2009

No Temer al Cambio

Muchas personas me preguntan por qué decidí trabajar con niños y no con adultos, pues la mayoría pensaría que es más fácil, ya que al menos los adultos hablan y los niños pequeños no.

La verdad es que tengo varias razones, como el hecho de que me encanta estar con ellos, escuchar sus temas, ver sus juegos, ver cómo descubren el mundo… ya que todo es nuevo y se maravillan de cada cosa; también porque son más sinceros, el cariño que a una le entregan es de verdad; pero la principal razón, es que siento que el trabajo más efectivo que se puede alcanzar en esta área, se logra con los niños.

Los adultos adolecemos de esa terrible enfermedad a la que llamo “adultez”, y que defino como la comodidad de seguir haciendo las cosas siempre de la misma forma, en la seguridad de lo conocido, no por ello de lo deseado. No es que nos falte creatividad, sólo es que nos asusta el desafío de alcanzar lo que realmente queremos.

Los primeros años de los niños y niñas están marcados por el cambio, por la transición de un estado a otro, de una etapa a otra; de una forma de hacer las cosas para hacerlas luego de otra distinta. Por ejemplo, pasar del gateo al caminar; ¿Por qué debería un niño dejar de hacer algo que le es tan cómodo y natural, para pasar a algo que al comienzo es tan difícil y hasta riesgoso? Aunque se asustan, tienen la confianza de que algo los está esperando un paso adelante y no temen darlo.

Para los pequeños, el probar cosas nuevas es un juego. Cuando se ven atrapados en una situación que no les gusta, que los incomoda, ellos buscan el cambio. Muchas veces no saben en qué dirección, y es ahí cuando necesitan una guía; y la buscan en sus padres, en su familia, en sus tías del jardín, en alguna persona lo suficientemente cercana que les de seguridad y confianza para cambiar.

Esa flexibilidad, esa capacidad para adaptarse, para enfrentar situaciones nuevas, es la que nos da señales de lo sano mental y emocionalmente que está un niño o niña. Por el contrario, el niño que se rigidiza en una postura, que se resiste a cambiar, que no posee un repertorio amplio de conductas que le de posibilidades para adaptarse a situaciones nuevas, es un niño del que debemos preocuparnos, pues claramente debe estar sufriendo.

Esto lo podemos ver mucho más en los adultos. Mientras se aferran a sus patrones tradicionales aunque estén convencidos que ya no encuentran el placer y el bienestar deseado, más infelices se sienten, y más síntomas físicos y emocionales presentan.

El cuerpo humano es tan sabio, que cuando no atendemos a nuestras reales necesidades psicológicas, se enferma. Busca la manera de poner una alerta igual que una alarma, que hasta que nos dejamos de hacer los sordos, no para de sonar. Es ahí, cuando hasta una simple gripe nos obliga a descansar, cuando el estrés amenaza con agotarnos por completo, nos impone la necesidad de cuidarnos y de parar.

En ese sentido, deberíamos ser más como los niños. Atrevernos a dar ese paso en la oscuridad. Y es que nos acostumbramos a caminar sólo si estamos seguros de que el piso esta firme, y si el ambiente que nos rodea es realmente seguro y protegido. Para eso tratamos de no dar ningún paso en falso, porque tenemos pánico al fracaso, sentimos un horrible temor a equivocarnos, a “pelarnos las rodillas”… ese miedo lo sufren los niños luego de tantas veces que se caen… pero aún así siguen corriendo… ¿O conocen alguno que haya dejado de hacerlo?.

Volviendo al ejemplo de porqué el niño pasa del gateo a la marcha, es tan simple como pensar que es lo que ven… a diario, frente a sus ojos existe esa maravilla… y ellos la quieren para sí mismos, ellos también quieren ponerse de pie y caminar.

Muchos de nosotros vemos también a los demás, haciendo lo que nos gustaría y queremos para nuestra vida, para nuestra existencia. ¿Por qué no es suficiente impulso? ¿Por qué no simplemente aceptamos el desafío de alcanzar lo que deseamos cuando lo vemos en los demás?

Las veces que he visto a un adulto movilizarse, buscar el cambio, ha sido después de sufrir una crisis; pero no cualquier crisis, una importante. Es como que necesitáramos no tener nada que perder… y encontrar que ese es el momento; después de una ruptura matrimonial, después de un diagnóstico de cáncer, después de la muerte de un ser querido, después de un fracaso económico, etc. Cuando sólo nos queda cambiar, porque ya no podemos seguir como estábamos.

Recuerdo entonces la historia del perro que aullaba y aullaba de dolor, y que un hombre le preguntó a su amo por qué lloraba el perro, éste le dijo porque se sentó arriba de un clavo. El hombre sorprendido le preguntó entonces, y por qué no se mueve, y el amo del perro le contestó… Porque no le duele tanto…

Por eso me gusta trabajar con niños. Porque ellos no dejan de buscar lo que quieren, no dejan de insistir cuando no están contentos con lo que tienen o dónde están, ni cómo están. Jamás se quedarían sólo reclamando “sentados arriba de un clavo”. Y no se asustan de las respuestas que les damos. Pueden no gustarles, como por ejemplo cuando les sugerimos que para que les vaya mejor en el colegio, deben estudiar, …al final ellos siempre buscarán una forma, buscarán sus respuestas.

Para una psicóloga clínica preescolar como yo, que me ha tocado recibir distintos cuadros clínicos, en niños de diferentes edades y de distinto sexo (es cierto que más varones que niñas), el factor común a todos ellos siempre ha sido encontrarlos en un punto ciego de su desarrollo, atorados, encerrados, presos del miedo a probar y de buscar el cambio.

Cuando son capaces de encontrar la confianza necesaria en ellos mismos, ya que no siempre la pueden encontrar en su ambiente, en su familia; comienzan a movilizar esa enorme fuerza interior con que contamos todos los seres humanos. Y así, lo que estaba detenido, comienza a tomar ritmo, logra una marcha, y esa energía fluye, buscando los espacios, buscando los cariños, buscando los amores. Es como si de pronto crecieran brazos emocionales para alcanzar a los otros… y piernas emocionales para caminar y hasta para correr.

Aprendamos a cambiar, aprendamos a buscar lo que queremos, aprendamos a correr, que una vez más nos damos cuenta que los niños nos están dejando atrás…

1 comentario:

  1. Chivi: te felicito por encontrar un espacio para entregarnos todos tus conocimientos. Creo que eres una estupenda psicóloga infantil, por lo menos a mí me has ayudado más de una vez con las dudas que, supongo, son normales para cualquier madre. Yo también me atreví con el ciberespacio y estoy súper satisfecha con la experiencia, de a poco te van leyendo más personas y sientes el feed back y eso es exquisito. Amiga, te quiero mucho y te sigo atentamente... no dejes de postear!!! (¿qué tal mi jerga cibernética??... jaja)

    ResponderEliminar