miércoles, 4 de noviembre de 2009

Ay, me duele!!


Trabajando con niños he podido observar distintas reacciones de los pequeños al dolor. He visto cuando se caen, se pegan, o se hacen alguna herida… y la diferencia entre unos y otros puede ser enorme.

Hay niños que parecen monos porfiados. Cuando se caen, apenas se dan cuenta. Uno los tiene que llamar para ver cómo están; mientras ellos lo único que quieren es que los dejemos para poder seguir corriendo.

Otros se enojan cuando se caen. Me impresiona que se molestan si uno se acerca a ver qué les pasó. Es como que hubieran querido pasar inadvertidos y uno hace evidente su “torpeza”. No se centran en el dolor físico, sino en lo que les duele el orgullo.

Lo más terrible, son esos niños que cuando se caen o se hieren, pierden absolutamente el control. Lloran y “chillan” como si los estuvieran matando. Algunos tiritan, se ponen lívidos, no permiten que los revisemos, incluso algunos… ni que los miremos.

En relación a esto, conozco un par de anécdotas de niños que al preguntarle por alguna herida que al parecer tienen, lloran y gritan, y cuando uno se las va a ver, y a limpiar, esta desaparece… nunca hubo nada…

Menos mal que la mayoría de los niños que sufre un accidente, primero se queja y luego busca ayuda, protección y cura, de una manera controlada, seguros de que están bien, de que es aceptable caerse, y de que hay una persona capaz de ayudarlos.

En este sentido, la palabra clave es: confianza.

Este trabajo se hace desde que el niño o niña, es muy pequeño, a muy corta edad. Tiene que ver con la reacción que nosotros como padres, tenemos frente a estas situaciones.

He visto madres a punto de desmayarse ante los accidentes de sus hijos. Incluso mucho antes de ir a ver qué les ha ocurrido realmente. No puedo juzgar esta reacción, pues como tal es lo que les nace; pero podría sugerirles que hagan un esfuerzo, un trabajo interno de control emocional, porque en última instancia, eso es lo que debemos lograr desarrollar en nuestros niños, y nosotros somos el modelo, nosotros somos lo que ellos están observando.

Otras mamás se enojan con los niños, les dicen palabras muy desafortunadas como “torpe”, “tonto”, y otras cosas que sólo transmiten al niño un sentimiento de incompetencia. Creo que en el fondo son ellas las que se sienten tan culpables de no haber sido capaz de evitar una caída o un golpe, que lo proyectan como torpeza en sus hijos. Es decir, no lo ven en ellas… sino que la propia torpeza esta en el otro, en este caso, en el hijo.

Y como la gama de reacciones es enorme, podemos encontrar a esas mamás que cuando su niño o niña se cae, ni se enteran.

Es fácil hacer las asociaciones. Vuelve a darse ese “baile”, esa “danza” entre madre e hijo o hija, ese ir y venir de cada uno en respuesta del otro. A una madre descontrolada, comúnmente podemos observar un niño descontrolado; en una madre rabiosa, encontramos un niño enojado, junto a una madre demasiado “relajada”, encontramos un niño demasiado “despreocupado”.

Mi opinión personal, es que como madres debemos ser capaces de transmitir dos ideas centrales a nuestros hijos: primero que el caerse es parte de la vida junto con el levantarse y que como somos seres humanos, de carne y hueso, es natural sentir dolor, es natural la sangre, es natural que se hagan moretones, etc; y segundo, que siempre va a estar una persona mayor para hacerse cargo de este accidente, para acompañarlo y curarlo si es necesario.

La contención emocional es clave en este sentido. Poder ser empático con los sentimientos de los niños; saber cuando va a ayudar un poco de risa, cuando va a ser positivo un fuerte abrazo, cuando va a ayudar algo rico para comer, etc.

A veces no les damos el tiempo suficiente para que ellos se “rearmen” y los queremos sacar muy rápido de la situación. Hay niños que no necesitan mucho “añuñuy”… pero otros sí… y al querer que dejen de quejarse o llorar muy rápido, podemos transmitirles que no aceptamos su dolor, que nos molesta su condición humana de ser sensibles.

Todos los niños deberían dejar de llorar cuando pasa el dolor. Si siguen… deberíamos preguntarles y preguntarnos qué más les duele…

Y en relación al dolor… todos lo hemos sentido, todos lo conocemos y si algo nos angustia, es pensar que nuestros pequeños no podrán quedar fuera de esta experiencia. Desde bebés, debemos sufrir con ellos con los cólicos, cuando se enferman, cuando debemos hacerles exámenes, cuando debemos ir a vacunarlos, etc.

Peor es pensar que puedan llegar a tener enfermedades graves, que los dejen internados, en manos de médicos… creo que estas situaciones son claramente extremas y merecen un trabajo muy profesional de apoyo a toda la familia, para lograr una verdadera y eficiente contención emocional.

Les cuento mi manera muy particular de trabajar el dolor de mis hijos. Siempre que se caen o se hieren, y me dicen que les duele… les digo que eso es bueno, porque significa que están bien, que el dolor es la forma que tiene el cuerpo de avisarle a su cabeza que hay algo que está enfermo o herido, y que así ellos pueden darse cuenta. Les digo que si no les doliera me asustaría y ahí si que los llevaría de urgencia a la clínica porque significaría que están muy mal.

Lo otro que les he enseñado es que el llorar descontroladamente hace que el dolor se apodere de su cuerpo. Les he enseñado a respirar para que puedan manejarlo, y en la mayoría de las situaciones funciona.

Digo la mayoría de las veces, porque es difícil cuando le sumamos sueño, o hambre o público condescendiente (Es probable que un niño haga mucho más escándalo si hay por ejemplo alguna abuelita preocupada por lo que le está pasando), variables que influyen negativamente en el autocontrol del pequeño; ahí se sienten con más permiso para llorar y hacer escándalo.

Es muy positivo acompañar a los niños y niñas en estas situaciones. Por experiencia personal, todos sabemos que es mejor cuando alguien comparte nuestro dolor, cuando alguien nos toma de la mano o simplemente se queda a nuestro lado.

Y algo muy interesante que leí acerca de por qué naturalmente nos nace tocarnos y apretarnos donde nos duele, y por qué es bueno acariciar y abrazar, es porque nuestro cuerpo ante estos estímulos libera endorfinas, nuestra natural droga del placer, el regalo de nuestro cuerpo para la felicidad.

Por último, esta capacidad para autocontrolarse frente al dolor, que es muy importante desarrollen tempranamente nuestros niños y niñas, va a influir en otras áreas también. Debemos trabajar además con los pequeños en cómo se autocontrolan en relación a la alimentación, en cómo se comunican, cómo se molestan, etc. En fin, cómo logran desarrollar una contención emocional, que al principio la reciben desde nosotros, y luego surge de ellos mismos.




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